CONFESIÓN NOCTURNA
Eduardo Goldman
Por alguna razón que no podía deberse más que a lo avanzado de la noche,
el barman reparó con disgusto en la llegada de ese tipo. Un hombre de mediana
edad, con sombra de barba, saco bajo el brazo y una corbata floja que le daba
lengüetazos en el pubis. El hombre se tambaleaba, señal de que ya había
visitado varios bares de la zona, y se acomodó torpemente en una de las butacas
del mostrador.
-¡Whisky! –ordenó a manera de saludo, con una lengua que revoloteaba
como un pájaro recién enjaulado.
El
barman suspiró de fastidio y sin ánimo de pelear con un borracho le sirvió una
medida, rogando porque eso fuera suficiente.
El
hombre se la bebió en dos tragos, entre los cuales lanzó un ronquido que le
hizo tambalear la nariz.
Dispuesto a llevar la cuenta a las dos únicas mesas ocupadas, como señal
de cierre, notó que su brazo era atrapado por el borracho, no con agresividad,
sino como una súplica.
-¿Sabe qué? –dijo el hombre, soltándolo-. Quise matar a mi esposa.
El
barman cerró los ojos porque vio lo que se venía, la confesión de un alcohólico
en su peor estado, el de la confesión de pecados. El barman es un poco cura,
solía decir, y también psicoanalista. Sólo que ahora estaba cansado y no tenía
ganas de escuchar los delirios de ese tipo. Si decidió otorgarle algunos
minutos fue por miedo a que el borracho reaccionara a su indiferencia arrojando
el vaso contra el espejo. Mejor prevenir el estropicio.
-¿Así
que intentó mata a su esposa? -dijo, sin creérselo-. Es lo que muchos de mis
clientes han intentado alguna vez.
-No no no… Yo hablo en serio. Ya no aguanté más los desplantes de esa
tierna mujercita con la que me había casado. Su desprecio. Sus humillaciones…
-Entiendo. Y fantaseó con matarla.
-No fantaseé. Un día compré una torta de chocolate, a ella le encantan.
La corté por el medio y la rellené de veneno para ratas. Volví a unirla y rápidamente
la dejé en el primer estante de la heladera, esperando a que el bagre picara.
El
barman dejó de pasar el trapo alrededor del mostrador, alarmado. Empezó a
tomarlo en serio.
-¿Y? ¿La envenenó?
-Se salvó la guacha. La que murió fue la mucama. Ahí supe por qué
siempre se achicaba mi tarta de atún, ella se devoraba todo.
-¿Y qué pasó?
-Nada. Hice desaparecer la torta y para la policía quedó como algo que
comió fuera de casa. Tuve suerte.
-Bueno. Ya estamos por cerrar.
-Después,
embadurné el piso de la bañadera con aceite de oliva.
-No entiendo. Para limpiar la bañadera es mejor un poco de…
-No no no… No era para limpiar. La idea era que cuando ella volviera de
su empresa y fuera a ducharse, pegara un resbalón y se rompiera la nuca.
-¿Y así murió?
-No. Ella se duchó lo más bien. Es increíble el equilibrio que tiene esa
mujer. Lo feo fue que después fui a ducharme yo y en la caída me rompí un
brazo. Hace apenas un mes que me sacaron el yeso.
-Bueno. A veces la torpeza nos exime del crimen. Son dos mil pesos.
¿Tarjeta o efectivo?
-Tiene razón. Descubrí que yo era demasiado torpe como asesino. Así que
contraté a uno.
-¡Dios mío! ¿Habla de un sicario?
-Uno de los mejores, recién llegado de Colombia. Me lo recomendó mi
podólogo.
-A
ver si entiendo. ¿Le pagó para que matara a su esposa?
-Así es. La idea era que la esperase en el garaje de su empresa… y ahí
la llenara de plomo.
-¿Y qué pasó?
-Salió en todos los diarios.
-¿El crimen?
-El accidente. El sicario caminaba por la calle y a dos cuadras de la
empresa le cayó una maceta del piso diez. En lugar de cabeza le quedó una
petunia. Fue una nena de cinco años que jugaba en el balcón.
-¡Qué suerte! Digo… ¡Qué desgracia! Los chicos están cada vez peor.
-Al final decidí no matarla. Tengo miedo de morir en mi próximo intento.
-Muy sabia decisión. Lo bueno es que haya aprendido algo de todo esto.
-Más que eso. ¿Le dije que me enyesaron?
-Sí, claro.
-Bueno, mi vieja me contó una vez que yo no nací solo, tenía un hermano
gemelo que fue robado de la nursery.
-Uhhhhh…
-Y
estando internado en el sanatorio, enyesado, lo vi en televisión.
-¿Qué es lo que vio?
-¡A
él! Estoy seguro. Y mi vieja también. Era él. Lástima que está loco, le dio por
atentar contra el ministro de agricultura.
-¿Quién???
¿Ese chiflado que apretó el gatillo y no le salió el tiro???
-¡Ese mismo! Lo que le dije. ¡Por fin encontré a mi hermano!
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