lunes, 24 de mayo de 2021

AMANECER DE UN DÍA SAGRADO

Año 1908

Si alguien lo hubiese visto arrugarse la sotana para trepar el alambrado hubiera pensado, sin dudarlo, que se trataba de un ladrón de gallinas disfrazado de cura. Pero no. Lorenzo Massa no hacía más que seguir esa voz profunda y amorosa que venía convocándolo desde el día anterior.

   —¿Quién? ¿Quién? —No hacía más que repetir, mientras se internaba en esa chacra desconocida con temor a ser descubierto por sus moradores—. ¿Quién me llama?

   “Yo”, dijo la voz. “Ven, Lorenzo”.

El cura miró hacia la casa del fondo y tragó saliva. Saltó un surco que llevaba el agua a un jardín de gladiolos, y caminó por el ancho espacio verde hasta ocultarse tras unos árboles frutales. Sacó un pañuelo y secó su frente.

   —Esto es una locura —se dijo—. Mejor me voy o termino en un calabozo.

En eso estalló un sonoro chistido. Lorenzo miró a su izquierda y vio algo que lo dejó paralizado. A pocos metros, en un claro alfombrado por una tierra amarillenta y seca, una zarza ardiente. Lorenzo se acercó, atónito, porque la zarza ardía y ardía, pero no llegaba siquiera a chamuscarse.

   —Esto es cosa de mandinga –balbuceó.

   “La competencia nada tiene que ver en esto”, dijo la voz. “Vamos, descálzate que estás en tierra sagrada”.

Con la obediencia que requieren los eventos metafísicos, Lorenzo se sacó las alpargatas. Febrilmente, repasó en su memoria todos los evangelios y el Primer Testamento completo, más un comentario de Santo Tomás.

   —¡Señor! ¿Eres Tú?

   “¿Y quién otro se te aparece en zarzas? Vamos, Lorenzo. Dale crédito a tus sentidos. Soy el que Soy.

   —Pero… Tú sólo te apareciste frente a Moisés.

   “También lo hice ante Freud, y me quiso convencer de que Yo era su delirio místico. En realidad, me he presentado ante muchas personas pero todos han dudado de mi autenticidad. Hasta he pensado en hacerlo junto a un escribano”.

   —Yo te creo, lo juro por Ti.

   “Bueno, tranquilo. Yo sólo vine a felicitarte por tu obra con don Bosco. Y también con los Forzosos de Almagro.

Lorenzo se rascó la nuca, sorprendido.

   —No sabía que te interesaba el fútbol, mi Señor.

   “¿Que si me interesa? ¿Quién crees que inventó el fútbol? ¿Los ingleses? No, Lorenzo. Fue una de mis grandes inspiraciones. Un deporte sencillo y económico para que todos puedan practicarlo. Una fuente de vida, de salud física y mental. La manera más divertida de bajar el colesterol.

   —¿El qué?

   “No importa. El caso es que Satanás, rabioso de celos, ha encontrado la manera de destruir mi obra”.

   —Disculpa, mi Señor, pero… me parece difícil que el demonio pueda destruir el fútbol.

   “Lo ha hecho. Inventó la FIFA”.

   —¡Vade retro!!!

   “Es por eso necesito reforzar este deporte con equipos nuevos que lleven a la gloria el arte de la gambeta. Te necesito a ti, Lorenzo”.

El cura quedó con la boca abierta.

   —¿A mí?

   “Quiero que fundes un equipo en base a los Forzosos de Almagro, que lo bautices con una marca registrada que deberá recorrer el mundo entero sembrando admiración y goles. ¿Se te ocurre algún nombre?”.

   —Nombre… nombre… —murmuró Lorenzo tomándose la barbilla.

   “Que tenga que ver con la santidad”.

   —Y… ¿qué más santidad que esta comunicación que sostengo Contigo? ¿Qué mayor   bendición que una charla en vivo y en directo con mi único Dios? Comprendo entonces que… para llegar a Ti necesito hablarte… Mi nexo son las palabras como vehículos de fe… ergo, mi boca se vuelve sagrada… Eso es… mi boca… Boca… Ese es el nombre… ¡Bocaaaaaaaa…!!!

   “Detente, eso lo están inventando en otro barrio. Sigue participando”.

   —Tengo otra idea. Tu palabra es el viento sagrado que limpia nuestros corazones, que barre con nuestras impurezas. Un viento que lo sana todo, ciclónico, glorioso, arrasador. Puede ser un… huracán. Eso, ahí está. ¡Huracán para todo el mundo!!!

   “¡Ay ay ay! Estás agarrando para los tomates, Lorenzo. Eres tan modesto que no puedes ver tu propio nombre. No importa. Yo me encargo del tema. Y ahora ve saliendo de la chacra. La familia Onetto va a despertar y puedes tener un gran lío.”

Lorenzo miró hacia todos lados, desorientado.

   —Como digas, mi Señor. Pero, ¿por dónde salgo?

   “Sigue derecho por aquel sendero y llegas a la Avenida La Plata al 1700.”

   —¿Avenida qué…?

   “Hablo del futuro, Lorenzo. Ya te dije que no te preocupes, todo queda en Mis santas manos”. 


Eduardo Goldman

lunes, 10 de mayo de 2021

MUY BIEN HECHO

Debiste verle la sonrisa, hasta su diente medio torcidito resplandecía como una luna llena. Ella no hacía más que saltar y gritar: ¡Disneyworld! ¡Disneyworld! ¿Cómo es posible que una nena de seis años pronuncie el inglés mejor que yo? Bueno, vos sabés cómo vienen los chicos ahora. ¿Y Gloria? Para qué te voy a contar, estaba eufórica cuando le dije que el paquete venía con hotel cinco estrellas dentro del mismo parque, sí, de Disney. No sé, ¿viste cuando te sentís potente? Superman te sentís. Mi gran sueño era darles esta alegría a mi esposa y mi hija. Y pude hacerlo, tuve que romperme el orto, pero pude hacerlo.

   -Muy bien hecho.

Pero no fue nada fácil, eh. Cuando empecé con este laburo en el ministerio pensé que iba a renunciar a los dos días. Mucho ninguneo, mucho manoseo por tipos que se creen mejores que vos. Nadie respeta a un simple cadete. Sí, porque lo mío era eso, mi puesto de empleado administrativo en los hechos era ser un cadete. Llevá estos papeles aquí, traé los expedientes para acá, andá a comprarme un sanguche, serví café.  Pero decidí apretar los dientes y bancármela, por Gloria y la nena. Ante cada humillación, cada maltrato, cada trago amargo, pensaba en que lo único de veras importante era mantener a mi familia. Y, poco a poco, entre joda y joda, fui entrando en la de ellos. Empezaron a tenerme en cuenta cuando llevaron a una prostituta a la oficina y los cubrí haciendo de campana. Sobre el final me invitaron a la fiestita, pero les dije que no, que todo bien, que lo valioso para mí era que pudieran contar conmigo.

   -Muy bien hecho.

Al poco tiempo tuve mi recompensa. Fue cuando cambiaron de jefe. El nuevo era muy boludo, no entraba en ninguna transa. Vos sabés, siempre hay algún negocito con sobreprecios y coimas, cosas de los ministerios. Cuando le ofrecieron entrar en el juego, el tipo puso cara de culo y dijo que no a todo. ¿Quién se creía que era? Encima nos hacía trabajar a destajo, con esa obsesión por generar pliegos cada vez más detallados y transparentes. Hasta que le hicieron la cama y el ministro lo echó a la mierda. Me vinieron a tantear para ver qué opinaba yo sobre todo eso. Les dije que hicieron bien en rajarlo, que los boludos son peligrosos. Y se ve que les gustó mi frase porque se la pasaban repitiéndola. A las carcajadas la repetían, y me palmeaban la espalda. Ya era uno de ellos.   

   -Muy bien hecho.

Así fui juntando la guita para Disney. Cada vez que arreglaban alguna licitación yo les cuidaba las espaldas. Y algo ligaba. El jefe que pusieron es amigo del ministro y maneja todo el negocio, aceita el mecanismo para que la guita fluya. La coima entra como un relojito y el ministro es un gauchazo que nos deja comer a todos. Por eso funciona la cosa. Una vez tuve que trompear a uno de la oficina anticorrupción que metió la nariz donde no debía. Todos los muchachos declararon como testigos que el tipo me agredió primero, que yo sólo me defendí. Después de eso tuve mi primer ascenso.

   -Muy bien hecho.

Desde que soy encargado de mi sector no hago más que maltratar al nuevo cadete. No sé por qué lo hago. Te juro que a veces trato de evitarlo, pero no puedo, me sale del alma, a lo mejor porque no quiero que los muchachos me vean blandito. La cosa marcha muy bien, cada vez mejor. Hay una sola cosa que me molesta, y que a veces no me deja dormir. El periodista. Ese hijo de puta que buscaba ganar fama investigando al ministerio. Lo mataron en esa calle. Motochorros, dijeron los diarios, porque le sacaron todo. Y no pienses que tuvimos que ver en eso. No, yo nunca haría algo así. No soy asesino. Lo mío fue solo llamarlo para ofrecerle información. Me lo encargaron los muchachos. Era solo eso. Citarlo en la provincia, esa noche. Nada más. No tuve que ver con nada. No sabía que iban a matarlo. Lo pensé, sí, pero nadie podría acusarme de nada. No quedaron pistas, me llevé su celular. Me dio un poco de asco sacárselo de la mano, por la sangre. Después lo hice desaparecer en el río y volví a casa, a encontrarme con ese diente medio torcidito, como una luna llena. Esa sonrisa maravillada que sólo yo puedo despertar. Y esa mujer que ahora me mira con respeto y admiración. Me ha llevado mucho esfuerzo, mucho dolor en mis dientes apretados, pero lo conseguí. Me lo digo una y otra vez, muy bien hecho.

 

Eduardo Goldman