viernes, 27 de marzo de 2020

AFUERA


   Acompaña cada maldición con su dedo gordo aporreando el timbre del ascensor, con el consiguiente chirrido de la alarma, para su zozobra, sin la misma fuerza de una hora atrás. Nunca antes había permanecido tanto tiempo encerrado en esa caja metálica, hermética, tan aislada del mundo que desmonta los latidos de su celular.
   ¿Es que nadie escucha ese maldito timbre? ¿Qué pasa ahí afuera? Trata de calmarse. Recuerda la voz de la anciana del tercero C, que hace un rato gritó auxilio. Una exageración, pensó. Sólo había que llamar al Servicio Técnico. Supuso que alguien lo habría hecho y que en cualquier momento vendrían a liberarlo, pidiendo disculpas por la demora. De hecho, en un momento escuchó un fuerte ruido metálico, seguido de otro, y pensó que eran ellos. Pero luego nada. Maldice a los técnicos y a todo el consorcio del edificio. ¿Qué mierda pasa ahí afuera?
   Apoya la oreja en la pared metálica. Lo sorprende un rumor difuso que parece provenir de la calle. Las voces van creciendo y lo estremecen. Los gritos de horror pidiendo auxilio. Se pregunta, ahora con miedo, ¿qué pasa ahí afuera?

Eduardo Goldman

jueves, 26 de marzo de 2020

LA CUARENTENA Y EL ARCA


                         LA CUARENTENA Y EL ARCA
                                                               
                                                                     Por Eduardo Goldman

   Y el Señor le dijo a Noe que se venía una lluvia de locos y que construyera un arca lo suficientemente espaciosa como para salvar a su familia y, al menos, a una pareja de cada animal de la Tierra. Noe, voluntarioso, puso manos a la obra. Le llevó un enorme esfuerzo levantar su empresa naviera, siendo el único empleado, sin planos ni torno eléctrico. Afortunadamente, pudo inaugurar a tiempo un enorme arca fabricado en madera, de las dimensiones del Queen Mary, aunque por desgracia, con un solo baño y ni un rollo de papel higiénico. Así y todo, ante la emergencia, fue aprobado por Salud Pública.
   Todos los animales que resultaron sorteados para salvarse ingresaron a la cuarentena del arca sin chistar. Todos respetuosos y dispuestos a colaborar unos con otros. El tigre dejó de comer jirafas y se hizo vegano. Los toros dejaron de cornear liebres y las invitaron a un torneo de truco. Los zorrinos evitaron molestar a sus compañeros de diluvio llevando como equipaje un cargamento de Chanel Número 5.
   El gran problema para Noe fueron los dinosaurios. No había forma de hacerles entender que la cosa era en serio. El más renuente fue el Tiranosaurio. Cuando el mono Tití fue a avisarle de la cuarentena lo agarró a trompadas diciendo que a él no lo mandaba nadie. Otros, como el Velociraptor, iban por todos lados haciendo caso omiso a las gruesas nubes que se cernían sobre el planeta. “No me jodan”, decían en tono de burla. “Tengo paraguas”.
   El caso más dramático ocurrió con los Pterodáctilos, que tomándose en joda el pronóstico del tiempo, emigraron en masa a Miami. Según un chimento bíblico, al descubrir que Disney estaba cerrado se extinguieron de puro aburrimiento.
   Ciertamente, esta vez el Instituto Meteorológico la pegó, y llovió durante cuarenta días y sus noches. Y a pesar de las enormes olas que azotaban al arca en su deriva, los animales allí dentro se mantuvieron felices y a salvo. Aunque el baño era un desastre.
   Se cuenta que, ya llegándole el agua hasta el cuello, el Tiranosaurio escuchó un pedido de auxilio. Era un Velociraptor que apenas se mantenía a flote agarrado de un tronco de sauce llorón.
   -Che, Tira –alcanzó a decir el Velociraptor-. No era joda que lo que mata es la humedad.
   -No pasa nada –aseguró el otro, mostrando sus enormes colmillos en una sonrisa canchera-. No te olvides que Dios es dinosaurio.