jueves, 24 de junio de 2021

HITLER, EL DEMOCRATA

   -¿Qué está diciendo? ¿Se volvió loco?

   “Para nada. Opino que el Tercer Reich de Hitler era en verdad un Estado democrático. No olvide que fue elegido por una mayoría de votos”.

   -Todo un plan macabro. Fracasado su golpe a la Repúbica de Weimar decidió conquistar el poder utilizando a la democracia para luego destruirla por dentro.

   “Pero consiguió los votos”.

   -Aplicó la violencia en las calles, prometió a los obreros que controlaría a los empresarios y a éstos que doblegaría a los obreros, fue un farsante.

   “No sea ingenuo. Fue un político. Mentir es parte del juego democrático”.

   -¿Y qué me dice de incendiar el Parlamento? Culpar a los comunistas y hacer de su persecución la excusa para establecer una dictadura.

   “Dictadura, dictadura. No exagere. Había un estado de Derecho. Al estilo nazi, pero Derecho”.

   -Sí, derecho a la cámara de gas. Lo que usted dice me recuerda a esos tipos que estudiaron aviación sólo para conducir los aviones contra las Torres Gemelas. No basta ganar el poder en elecciones limpias para considerarse demócrata, lo que define a un demócrata es lo que hace con ese poder. No apropiándoselo, sino respetando los límites propios de la República. Como bien diría Montesquieu, no hay democracia sin división de poderes.

   “Como bien diría Hermann Goering, yo decido quién es demócrata y quien no”.

 

Eduardo Goldman

viernes, 18 de junio de 2021

LOS OJOS

Usted conoce el motivo de mi desvelo. O si prefiere, mi obsesión. Son los ojos. ¿Los ha observado detenidamente? ¿Ha mensurado su creciente número? Cientos de ojos, miles, una multitud infinita de ojos. Inflamados, inmóviles, convergentes en un punto. Pupilas dilatadas que devoran esa única imagen con obstinada veneración. Sin parpadeo, casi. Encandiladas, hechizadas. Por momentos me recuerdan las de un animal embalsamado, con ese brillo mortuorio que predice eternidad. Son miradas capturadas, esclavizadas, útiles. ¿De veras no capta la profunda devoción que transmiten esos ojos? Nacen de bocas entreabiertas, anhelantes, ansiosas por mamar de su palabra. Dispuestas a la risa cómplice cuando un gesto de ironía predica la denuncia de fantasmas.

 

Esos miles, ¿o millones?, se someten con gusto a cada frase. Ya no importa lo que expresan sino que alguien se atreva a declamarlas. La razón y los motivos se los han cedido a él, o ella, o alguna cosa, ¿qué más da? Su sentido de vida y de pertenencia. Sus corazones moldeados por la voluntad del führer. Da igual que Hitler ya no exista, porque siempre vivirá en quien acepte darle cobijo. En vestir su piel, en recrear su voz.

 

No piense que estoy loco. Sólo mire esos ojos y se dará cuenta de que siempre han existido, aun cuando por trechos permanezcan en letargo. Les basta una falsa promesa para despertar, y volver al eterno juego de entregarse a quien augure un sueño irrealizable, la cimiente de una nueva pesadilla. De alguna manera, son los ojos expectantes los que diseñan al líder. Los ojos que no son ojos porque nunca se han abierto. Son, en verdad, tatuajes circulares sobre el párpado.

 

Eduardo Goldman

 

viernes, 4 de junio de 2021

LA TIERRA PROMETIDA

    -Dejame entrar.

   “No”.

   -Por favor, dejame entrar.

   “Ya te dije que no. Es así. No insistas”.

   -No es justo. Me dejaste llegar hasta aquí.

   “Ese es el punto. Llegaste aquí porque estabas decidido, seguro de lo que hacías. Confiabas en mí.”

   -¿Y entonces?

   “Dudaste, en el final dudaste”.

   -Hice todo el esfuerzo por llegar. Sabés que la peleé a capa y espada. Vos mismo dijiste que no había techo para mí.

   “Pero dudaste”.

   -Okey. Dudé, ¿y qué? ¿Qué hay de malo en dudar? A Descartes le fue muy bien con eso.

   “Descartes tampoco entró”.

   -Pero existe. Le obsequiaste la eternidad.

   “No es gran cosa la eternidad. Yo soy eterno y la mayor parte del tiempo me aburro como un coleóptero. A veces quisiera ser solo una estrella fugaz.

   -Ay, vamos. Hablás de lleno. Sos todo poderoso, el hacedor de valles y montañas, de cada forma de vida en este planeta. Podés hacer lo que se te antoje. Comer chocolate sin culpa, emborracharte sin resaca.

   “Ventajas de mi oficio”.  

   -Podés invertir la dinámica del reino animal. Hacer que una jirafa juegue al ajedrez, o que un tiranosaurio se haga pedicuro. Convertir a una hormiguita en Miss Universo.

   “No exageres”.

   -Transformar a un burro en presidente.

   “Eso ya lo hice, muchas veces”.

   -¿Te das cuenta? No tenés los límites que tengo yo.

   “Los que te impusiste”.

   -Ay vamos, que esto no es un libro de autoayuda.

   “No. Es tu libro de quejas. Y la queja no sirve para nada”.

   -¿Y qué es lo que sirve entonces?

   -La confianza.

   -¿En vos?

   “En mí, y en vos. En el fondo es la misma cosa”.

   -¡Eso fue lo que hice! ¡Confié! ¡Casi todo el tiempo!

   “Casi”.

   -¡Fue solo un momento! ¡Un minúsculo instante en que me sugeriste convertir una roca en agua! ¿Quién en su sano juicio no iba a dudar?

   “Pero la roca se hizo agua, y todos pudieron beber en el desierto. ¿Cómo pensaste que los dejaría morir de sed?”.

   -De acuerdo. Alego locura temporal. El sol del desierto me volvió ateo por un rato. ¿Y por eso me castigás prohibiéndome la entrada a la Tierra Prometida?

   “Moisés, Moisés. Seguís dudando de mí. ¿Cómo pensás que te voy a castigar después de todo lo que hiciste. Liberaste a mi pueblo de Egipto. Los hiciste pasar por la aduana sin pagar impuestos. Y encima te arriesgaste a cruzar el Mar Rojo sin saber nadar, sólo por seguir mi palabra.

   -Ya ves, mis antecedentes son intachables. Dame una visa para entrar a la Tierra Prometida y juro beberme un vaso de roca si me lo pedís.

   “Lo siento. Seguí participando”.

   -¿Eso quiere decir que me sacás la tarjeta roja, nomás?

   “A contrario. No hago más que premiarte. Si yo te dejara entrar a la Tierra Prometida se acabaría tu gran sueño. Porque una vez  allí, descubrirías que la cosa no es tan genial como pensabas. Entonces soñarías con otro paraíso inexistente, lucharías por él y al alcanzarlo volverías a decepcionarte. Ya vi esa telenovela.

   -No entendí nada. ¿Hay subtítulos en arameo?

   “El verdadero paraíso es tu sueño por alcanzar lo inalcanzable. Como dirían algunos, el camino más que la meta. La Tierra Prometida es aquella que vas pisando cuando vas en su busca”.

   -¿Y para eso me tuviste cuarenta años cruzando el desierto… con una maldita piedra en la sandalia?

   “No te quejes. Tu vida se acaba en el momento justo. Te van a recordar como un winner”.

   -Entonces… ¿estoy por colgar los botines? ¿Me voy al descenso? ¿Jugaré en el cub de Jubilados Bíblicos? Pero… ¿dónde estás? ¿A dónde te fuiste? ¡Volvé! ¡No me dejes solo! ¿Justo ahora te vas al baño? La pucha, después me pide que le tenga confianza.

 

Eduardo Goldman