miércoles, 14 de abril de 2021

SOY PORQUE NO SOY

 

La joven entrecruza las piernas dejando a la vista una buena parte de sus muslos, la espalda erguida, una leve inclinación como para que el bulto de sus pechos bajo la remera no fuera inadvertido por los ojos del profesor. La excusa para haber llegado hasta su casa era más que perfecta. Él mismo había ofrecido a sus alumnos del curso de Filosofía que no dudaran en acercarse si tuvieran alguna duda acerca de la materia.

 

 ¿Cuál es tu duda?, pregunta él, sentándose frente a la chica. El living es acogedor y ella siente que es el lugar perfecto para continuar con el excitante plan de seducción. Se muerde la punta de los cabellos antes de responder. Bueno, nada entendí, eso de, soy porque no soy, no lo entendí. Sin embargo lo expliqué muy bien, repone él. Ella se encoge de hombros. Debo ser algo tonta. Él sonríe. ¿Una cerveza?, invita. Ella asiente con la cabeza, su sonrisa es de una impudicia triunfal. Imagina que la cerveza es el prefacio de una conquista memorable. No ve la hora de contarle a su mejor amiga que tiene al profesor rendido a sus pies.

 

Él se incorpora y va hacia una pequeña heladera, junto a una barra. Saca dos porrones. Ella calcula que no debe hacerse demasiado evidente, y llena de palabras un silencio que amenaza con desnudar intenciones. No entiendo eso que explicaste en la clase, que uno es por lo que no es, más que por lo que es, no entendí nada. El profesor regresa con las botellitas. ¿Y por qué no me lo preguntaste en clase? La chica vuelve a encogerse de hombros. No sé, no quería que los boludos de mis compañeros me trataran de tarada. Entiendo, dice él mientras le alcanza un porrón.

 

Beben. Él dirige la mirada al techo y entuba los labios, buscando un inicio apropiado a su alocución. Ella simula leer alguna cosa en su botella, y cada tanto lo espía por el rabillo del ojo. El primer ejemplo que di en clase es que no existiría la luz de no haber oscuridad, arranca el profesor, al menos el concepto de luz, quizás ni siquiera la palabra luz, ya que todo sería claridad y no habría un estado distinto con que diferenciarla, ¿me explico?

 

¡Ah!, exclama ella, como volviendo de Nebraska.

 

Voy a tratar de ser más claro, tu hermosa cabecita está recubierta de un ensortijado cabello rubio.  A ella le encanta lo de “hermosa cabecita”. Podemos decir que sos rubia, pero, ¿qué pasaría si todo el mundo fuera rubio?, todos, hombres y mujeres, en todo lugar, todos rubios, entonces nadie mencionaría la palabra “rubio”, simplemente diría cabello, porque no habría ninguna persona de pelo morocho como para precisar otra descripción, ¿entendés ahora?, sólo existe el concepto de rubio como oposición al morocho.

 

O al pelirrojo.

 

Claro. A ver, dame un ejemplo para saber si entendiste.

 

Pero ella no quiere hablar, no sólo porque aún no lo tiene demasiado claro, sino porque le encanta ver cómo se mueve sensualmente el bigote con cada palabra de su profesor, en especial cuando pronuncia la “p”. Bueno, y carraspea, no sé, me cuesta pensar en otro ejemplo, los que vos diste son tan, inteligentes.

 

Ya que me elogiás te doy otro, bromea él, halagado. La bondad, sólo puede ser definida al existir su oponente, la maldad, imaginate un mundo donde todos fueran buenos, entonces la palabra bondad perdería el sentido elevado que le otorgamos, para ser una de tantas características orgánicas como la digestión o el aliento.

 

Las palabras meticulosas, asépticas del profesor, son puro fuego de artificio. Sus dilatadas pupilas exhiben el deslumbre por la juventud vibrante de la chica, tan fresca y llena de vida. Brindemos por la fealdad, propone, elevando su botella.

 

¿La fealdad?, se intriga ella, arqueando una ceja, que refleja como espejo su sonrisa invertida.

 

De no existir la fealdad, no podría hablarse de tu belleza.

 

La risa deliberada de la chica revela que su juego se encamina a un escenario de dominio erotizado. Se recuesta sobre el diván, como si fuera lo más natural del mundo, y entreabre la boca invitando a más bocas, o a una sola, apabullante boca, dueña del saber de lo que es porque no es, señora del conocimiento que se traduce en poderío. Hasta que, como el mazazo de un herrero, una mano invisible le presiona la garganta. En sus ojos la llama serpentea hasta apagarse por una ráfaga de desconcierto. Lo mira buscando ayuda, él solo la observa mientras bebe. A la chica le quedan fuerzas para intuir.

 

Mi… cerveza… ¿Le… pusiste algo?

 

Sí, claro, responde él, como quien informa que está nublado.

 

Es lo último que escucha la joven antes de su derrumbe sobre la alfombra. Él se termina la botella y mira con curiosidad el zapato vacío que ha quedado sobre el diván. Me alegra que hayas entendido, sentencia, desplegando un impensado elogio sobre ese cuerpo inerte. Nada se define a sí mismo sino por su opuesto. Toma una bocana de aire y la va soltando de a poco. Mira el rostro de la joven, que adquiere un tono violáceo. Gracias por hacerme sentir vivo, le dice.

 

 

Eduardo Goldman

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