Se dice que el señor Rabión caminaba por la
calle Tinogasta, echando espuma por la boca y maldiciendo a viva voz, cuando
Dios, que justo pasaba por ahí, se acercó a preguntarle por qué andaba tan
enojado. El hombre, al principio sorprendido por tal aparición, respondió que
su ira fue desatada al ver a tres sionistas saliendo de una sinagoga.
“¿Cómo sabes que eran sionistas?”, inquirió
Dios.
“Muy fácil, mi Señor. Eran judíos”,
respondió el hombre.
“ Es que no todos los judíos son sionistas.
Sólo los que desean vivir en la sagrada tierra de Israel”
“Bueno…”, titubeó el hombre, algo avergonzado
por su ignorancia en la materia. “Pero son judíos. Por eso los odio. Deberían
desaparecer de la faz de la Tierra”.
“Está bien” aceptó Dios. “Si con eso te
cambio el humor, haré desaparecer a los judíos del planeta”.
“¿En serio? ¿En serio puedes hacer eso?”.
“Claro. Por algo soy Dios, ¿no? Es más, ya
los he borrado de la historia de la humanidad. Es como si nunca hubieran
existido”.
“¡Gracias! ¡Gracias, Dios!”, se entusiasmó
el hombre. Pero cuando quiso saltar de alegría cayó al piso. “¿Qué me pasa”,
gimió? “¡No puedo mover las piernas!”.
“Es que al desaparecer los judíos nunca
existió el doctor Albert Sabin, descubridor de la vacuna denominada Sabin Oral,
contra la poliomielitis. Al no recibir esa vacuna contrajiste esa enfermedad”.
Y Dios se marchó a otra galaxia para
arreglar un entuerto.
Se dice que todas las tardes el señor Rabión
camina por la calle Tinogasta, sostenido de dos muletas y un aparato en su
pierna derecha. Siempre entonando el Hava
Nagila, con la esperanza de que Dios lo escuche y reconsidere el tema.
Eduardo Goldman
No hay comentarios:
Publicar un comentario