Debiste verle la sonrisa, hasta su diente medio torcidito resplandecía como una luna llena. Ella no hacía más que saltar y gritar: ¡Disneyworld! ¡Disneyworld! ¿Cómo es posible que una nena de seis años pronuncie el inglés mejor que yo? Bueno, vos sabés cómo vienen los chicos ahora. ¿Y Gloria? Para qué te voy a contar, estaba eufórica cuando le dije que el paquete venía con hotel cinco estrellas dentro del mismo parque, sí, de Disney. No sé, ¿viste cuando te sentís potente? Superman te sentís. Mi gran sueño era darles esta alegría a mi esposa y mi hija. Y pude hacerlo, tuve que romperme el orto, pero pude hacerlo.
-Muy bien hecho.
Pero no fue nada fácil, eh. Cuando empecé con este laburo en el ministerio pensé que iba a renunciar a los dos días. Mucho ninguneo, mucho manoseo por tipos que se creen mejores que vos. Nadie respeta a un simple cadete. Sí, porque lo mío era eso, mi puesto de empleado administrativo en los hechos era ser un cadete. Llevá estos papeles aquí, traé los expedientes para acá, andá a comprarme un sanguche, serví café. Pero decidí apretar los dientes y bancármela, por Gloria y la nena. Ante cada humillación, cada maltrato, cada trago amargo, pensaba en que lo único de veras importante era mantener a mi familia. Y, poco a poco, entre joda y joda, fui entrando en la de ellos. Empezaron a tenerme en cuenta cuando llevaron a una prostituta a la oficina y los cubrí haciendo de campana. Sobre el final me invitaron a la fiestita, pero les dije que no, que todo bien, que lo valioso para mí era que pudieran contar conmigo.
-Muy bien hecho.
Al poco tiempo tuve mi recompensa. Fue cuando cambiaron de jefe. El nuevo era muy boludo, no entraba en ninguna transa. Vos sabés, siempre hay algún negocito con sobreprecios y coimas, cosas de los ministerios. Cuando le ofrecieron entrar en el juego, el tipo puso cara de culo y dijo que no a todo. ¿Quién se creía que era? Encima nos hacía trabajar a destajo, con esa obsesión por generar pliegos cada vez más detallados y transparentes. Hasta que le hicieron la cama y el ministro lo echó a la mierda. Me vinieron a tantear para ver qué opinaba yo sobre todo eso. Les dije que hicieron bien en rajarlo, que los boludos son peligrosos. Y se ve que les gustó mi frase porque se la pasaban repitiéndola. A las carcajadas la repetían, y me palmeaban la espalda. Ya era uno de ellos.
-Muy bien hecho.
Así fui juntando la guita para Disney. Cada vez que arreglaban alguna licitación yo les cuidaba las espaldas. Y algo ligaba. El jefe que pusieron es amigo del ministro y maneja todo el negocio, aceita el mecanismo para que la guita fluya. La coima entra como un relojito y el ministro es un gauchazo que nos deja comer a todos. Por eso funciona la cosa. Una vez tuve que trompear a uno de la oficina anticorrupción que metió la nariz donde no debía. Todos los muchachos declararon como testigos que el tipo me agredió primero, que yo sólo me defendí. Después de eso tuve mi primer ascenso.
-Muy bien hecho.
Desde
que soy encargado de mi sector no hago más que maltratar al nuevo cadete. No sé
por qué lo hago. Te juro que a veces trato de evitarlo, pero no puedo, me sale
del alma, a lo mejor porque no quiero que los muchachos me vean blandito. La
cosa marcha muy bien, cada vez mejor. Hay una sola cosa que me molesta, y que a
veces no me deja dormir. El periodista. Ese hijo de puta que buscaba ganar fama
investigando al ministerio. Lo mataron en esa calle. Motochorros, dijeron los diarios,
porque le sacaron todo. Y no pienses que tuvimos que ver en eso. No, yo nunca
haría algo así. No soy asesino. Lo mío fue solo llamarlo para ofrecerle
información. Me lo encargaron los muchachos. Era solo eso. Citarlo en la
provincia, esa noche. Nada más. No tuve que ver con nada. No sabía que iban a
matarlo. Lo pensé, sí, pero nadie podría acusarme de nada. No quedaron pistas, me
llevé su celular. Me dio un poco de asco sacárselo de la mano, por la sangre.
Después lo hice desaparecer en el río y volví a casa, a encontrarme con ese diente
medio torcidito, como una luna llena. Esa sonrisa maravillada que sólo yo puedo
despertar. Y esa mujer que ahora me mira con respeto y admiración. Me ha
llevado mucho esfuerzo, mucho dolor en mis dientes apretados, pero lo conseguí.
Me lo digo una y otra vez, muy bien hecho.
Eduardo
Goldman
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