Año 1908
Si alguien lo hubiese visto arrugarse
la sotana para trepar el alambrado hubiera pensado, sin dudarlo, que se trataba
de un ladrón de gallinas disfrazado de cura. Pero no. Lorenzo Massa no hacía
más que seguir esa voz profunda y amorosa que venía convocándolo desde el día
anterior.
—¿Quién? ¿Quién? —No hacía
más que repetir, mientras se internaba en esa chacra desconocida con temor a
ser descubierto por sus moradores—. ¿Quién me llama?
“Yo”, dijo la voz. “Ven,
Lorenzo”.
El cura miró hacia la casa del fondo y
tragó saliva. Saltó un surco que llevaba el agua a un jardín de gladiolos, y
caminó por el ancho espacio verde hasta ocultarse tras unos árboles frutales.
Sacó un pañuelo y secó su frente.
—Esto es una locura —se
dijo—. Mejor me voy o termino en un calabozo.
En eso estalló un sonoro chistido.
Lorenzo miró a su izquierda y vio algo que lo dejó paralizado. A pocos metros,
en un claro alfombrado por una tierra amarillenta y seca, una zarza ardiente.
Lorenzo se acercó, atónito, porque la zarza ardía y ardía, pero no llegaba
siquiera a chamuscarse.
—Esto es cosa de mandinga
–balbuceó.
“La competencia nada tiene
que ver en esto”, dijo la voz. “Vamos, descálzate que estás en tierra sagrada”.
Con la obediencia que requieren los
eventos metafísicos, Lorenzo se sacó las alpargatas. Febrilmente, repasó en su
memoria todos los evangelios y el Primer Testamento completo, más un comentario
de Santo Tomás.
—¡Señor! ¿Eres Tú?
“¿Y quién otro se te
aparece en zarzas? Vamos, Lorenzo. Dale crédito a tus sentidos. Soy el que Soy.
—Pero… Tú sólo te
apareciste frente a Moisés.
“También lo hice ante
Freud, y me quiso convencer de que Yo era su delirio místico. En realidad, me
he presentado ante muchas personas pero todos han dudado de mi autenticidad.
Hasta he pensado en hacerlo junto a un escribano”.
—Yo te creo, lo juro por
Ti.
“Bueno, tranquilo. Yo sólo
vine a felicitarte por tu obra con don Bosco. Y también con los Forzosos de
Almagro.
Lorenzo se rascó la nuca, sorprendido.
—No sabía que te interesaba
el fútbol, mi Señor.
“¿Que si me interesa?
¿Quién crees que inventó el fútbol? ¿Los ingleses? No, Lorenzo. Fue una de mis
grandes inspiraciones. Un deporte sencillo y económico para que todos puedan
practicarlo. Una fuente de vida, de salud física y mental. La manera más
divertida de bajar el colesterol.
—¿El qué?
“No importa. El caso es
que Satanás, rabioso de celos, ha encontrado la manera de destruir mi obra”.
—Disculpa, mi Señor, pero…
me parece difícil que el demonio pueda destruir el fútbol.
“Lo ha hecho. Inventó la
FIFA”.
—¡Vade retro!!!
“Es por eso necesito
reforzar este deporte con equipos nuevos que lleven a la gloria el arte de la
gambeta. Te necesito a ti, Lorenzo”.
El cura quedó con la boca abierta.
—¿A mí?
“Quiero que fundes un
equipo en base a los Forzosos de Almagro, que lo bautices con una marca
registrada que deberá recorrer el mundo entero sembrando admiración y goles.
¿Se te ocurre algún nombre?”.
—Nombre… nombre… —murmuró
Lorenzo tomándose la barbilla.
“Que tenga que ver con la
santidad”.
—Y… ¿qué más santidad que
esta comunicación que sostengo Contigo? ¿Qué mayor bendición que
una charla en vivo y en directo con mi único Dios? Comprendo entonces que… para
llegar a Ti necesito hablarte… Mi nexo son las palabras como vehículos de fe…
ergo, mi boca se vuelve sagrada… Eso es… mi boca… Boca… Ese es el nombre…
¡Bocaaaaaaaa…!!!
“Detente, eso lo están
inventando en otro barrio. Sigue participando”.
—Tengo otra idea. Tu
palabra es el viento sagrado que limpia nuestros corazones, que barre con
nuestras impurezas. Un viento que lo sana todo, ciclónico, glorioso, arrasador.
Puede ser un… huracán. Eso, ahí está. ¡Huracán para todo el mundo!!!
“¡Ay ay ay! Estás
agarrando para los tomates, Lorenzo. Eres tan modesto que no puedes ver tu
propio nombre. No importa. Yo me encargo del tema. Y ahora ve saliendo de la
chacra. La familia Onetto va a despertar y puedes tener un gran lío.”
Lorenzo miró hacia todos lados,
desorientado.
—Como digas, mi Señor.
Pero, ¿por dónde salgo?
“Sigue derecho por aquel
sendero y llegas a la Avenida La Plata al 1700.”
—¿Avenida qué…?
“Hablo del futuro, Lorenzo. Ya te dije que no te preocupes, todo queda en Mis santas manos”.
Eduardo Goldman
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