Acompaña cada maldición con su dedo gordo
aporreando el timbre del ascensor, con el consiguiente chirrido de la alarma,
para su zozobra, sin la misma fuerza de una hora atrás. Nunca antes había
permanecido tanto tiempo encerrado en esa caja metálica, hermética, tan aislada
del mundo que desmonta los latidos de su celular.
¿Es que nadie escucha ese maldito timbre? ¿Qué
pasa ahí afuera? Trata de calmarse. Recuerda la voz de la anciana del tercero C,
que hace un rato gritó auxilio. Una exageración, pensó. Sólo había que llamar
al Servicio Técnico. Supuso que alguien lo habría hecho y que en cualquier
momento vendrían a liberarlo, pidiendo disculpas por la demora. De hecho, en un
momento escuchó un fuerte ruido metálico, seguido de otro, y pensó que eran ellos.
Pero luego nada. Maldice a los técnicos y a todo el consorcio del edificio. ¿Qué
mierda pasa ahí afuera?
Apoya la oreja en la pared metálica. Lo
sorprende un rumor difuso que parece provenir de la calle. Las voces van creciendo y lo estremecen. Los gritos
de horror pidiendo auxilio. Se pregunta, ahora con miedo, ¿qué pasa ahí afuera?
Eduardo Goldman
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