miércoles, 6 de noviembre de 2024

EL SAPO

Nadie conocía su verdadero nombre, lo llamaban Luis Gómez. Aunque para muchos era conocido como el Sapo. Fue la mote que se ganó entre los muchachos del grupo de tareas, porque se especializaba en cocinar prisioneros sobre los resortes metálicos de la cama, aplicando con dedicación unos 220 voltios, de manera intermitente, para lograr que esos cuerpos saltaran como ranas ante la algarabía precisamente de ellos, los muchachos.

Pero la buena época del grupito se acabó con el advenimiento de la democracia. Los que zafaron de la Justicia debieron arreglárselas para conseguir trabajo como sicarios al mejor postor o simplemente dedicarse a la artesanía de la delincuencia, en los bajos fondos de una democracia que se fue olvidando del demos, para establecer una cracia cada vez más de pocos. Pero fue precisamente el Sapo quien habría de demostrar una capacidad enorme para adaptarse a los nuevos tiempos. “Creatividad nunca le faltó”, han dicho muchos de sus viejos colegas en el arte de la malignidad. Y fue así que el Sapo, perdón, ahora el honorable Luis Gómez, encontró la manera más rentable de recrear las habilidades que lo han hecho famoso. Desde hace años se ha dedicado a hacer saltar a la gente en cumpleaños de quince, casamientos y bautismos. Dirige un equipo de disc jockeys cuya misión secreta es potenciar los parlantes a máxima potencia, provocando una verdadera tormenta de decibeles que hacen vibrar las paredes de varios edificios a la redonda, sólo para obligar a que todo el público del salón de fiestas salga a bailar, para que nadie quede aferrándose a una mesa ni para comerse un canapé, para tenerlos a todos en la pista de baile, su nueva parrilla, y en ese frenesí de movimientos originados en una cada vez más deteriorada trompa de Eustaquio, iniciar el camino sagrado de la sordera.

Los clientes de su empresa, por lo general fabricantes de audífonos, lo han distinguido varias veces como el empresario del año.


Eduardo Goldman 

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