4:30 PM
En la habitación de un lujoso
edificio en pleno centro de Washington D. C., un hombre de aspecto rudo y
macizo apoya su humanidad en la silla que le señala el fiscal Thomas Perry. El
hombre rudo seca el sudor de su frente con un pañuelo arrugado y húmedo, como
si el aire acondicionado no terminara de convencer a su empecinado organismo
que, por un rato, se ha ausentado del tórrido verano de la planta baja.
Perry se sienta frente a él. Es
un hombre pulcro y de manos cuidadas. Su gesto ansioso revela apuro y cierta
molestia por verse obligado a interrumpir su trabajo, dejando un escritorio
lleno de papeles y una notebook donde aún no se ha activado el protector de
pantalla.
-Y bien. ¿Qué quería decirme con
tanto apuro, Miller? –inquiere el fiscal.
El rudo se toma su tiempo, sonríe
nervioso y de inmediato borra la sonrisa.
-Bueno. Ante todo, quiero
decirle que debe estar tranquilo. Estamos con los ojos bien abiertos.
-Por favor, vaya al grano.
Tengo mucho trabajo y pocas horas para terminarlo.
-De eso se trata, doctor. De
su trabajo. Yo… -Y se acerca para hablarle casi al oído-. Bueno… tenemos
indicios de que van a atentar contra usted.
Para Perry no es precisamente
noticia de último momento. Hace rato que recibe amenazas de todas partes.
Cuando denunció los manejos del presidente Trump sabía a lo que iba a
enfrentarse.
Su miedo primitivo, visceral,
se transforma en desafío.
-Para eso están ustedes, ¿no? ¡Para
cuidarme las espaldas!
-Sí, sí, claro. Usted sabe que
cuenta con nosotros las veinticuatro horas. Sin embargo, habíamos pensado…
-¿Quiénes?
Miller afina la mirada.
-No entiendo –masculla.
-¿Quiénes han pensado… lo que
sea iba a decirme? ¿Usted y quién más?
-Ah… -No le resulta fácil
entender a Perry, nunca sabe con qué puede venirse. Pero todo parece andar
bien, y eso le da más confianza-. Rico y yo, los dos. Le decía que habíamos
pensado en un tercer anillo de seguridad.
El fiscal resopla impaciencia.
-¿De qué anillo me habla?
¿Puede ser más claro?
-Quiero decir… El primer
anillo somos nosotros, los guardias. Los que custodiamos la puerta del edificio
y lo seguimos cuando sale, a dónde se dirija; un coche delante del suyo y otro
detrás. Somos una muralla. El segundo anillo, o cordón, como quiera llamarlo,
es Walker, el chofer, que está armado, por si alguno se nos llegara a escapar. Nadie puede pasar esa
barrera, créame.
-¿Y?
-Y… desde que estuvo en ese
programa de televisión, usted es el hombre más amenazado del país. Y más ahora
que va a presentar cargos contra el presidente. Entiéndame, doctor, no es que
dude de nuestro servicio, pero de veras pensamos que no está demás tomar una
última precaución para protegerlo.
-Miller, sigo sin entender de
qué me habla. ¿A qué precaución se refiere?
-Mire, doctor, si algo llegara
a fallar, cosa que, insisto, estoy seguro de que no es posible, pero si nuestro
sistema defensivo fallara y llegasen a usted, no es bueno que lo encuentren
indefenso, ¿me entiende? Creemos que usted debería tener un arma.
-¿Está loco? ¿Para qué tenemos
un servicio secreto? ¡Para que yo deba ir armado como en el far west!
-No, doctor. No me
malentienda. Pero, piénselo. Suponga que un comando asesino logra infiltrarse.
-¿Qué comando?
-Ruso. Usted dice tener pruebas
para imputar al presidente por haber conspirado con los rusos, en las
presidenciales contra Hillary Clinton.
-Pruebas concluyentes. Trump va
derecho al impeachment.
-Lo sé, lo sé. Pero el tema
es… Suponga que en algún momento se infiltra un comando y lo sorprende a usted
con sus niños. ¿Qué hará? ¿Eh? ¿Dejar que los acribillen, uno por uno? ¿O
querría tener un arma para defenderlos?
Perry calla. Sus labios
apretados son la señal de que está sopesando la situación, horrorizado. Luego
asiente con la cabeza.
-Debo reconocer que tiene
razón. Me irrita la idea de llevar un… Pero tiene razón.
-Bien. Sabemos que usted
guarda una pistola en casa de su madre.
-Es una pistola vieja. Ni
siquiera sé si funciona.
-Podríamos revisarla.
Perry reacciona con su
habitual mal humor.
-¡Deje a mi madre tranquila!
¡Lo único que falta es que vaya a pedirle la pistola y la deje más preocupada
de lo que está!
-Entiendo. Y… ¿conoce a
alguien que pueda prestarle una?
-¿Por qué no me la consiguen
ustedes? Deben tener un montón guardadas por ahí?
-Desgraciadamente, estamos muy
controlados. Ha habido movimiento de armas y sumariaron a varios de nosotros. No
es posible que le demos una pistola. Ni siquiera debe saberse que le sugerimos
portar una. Vamos, usted conoce a mucha gente. Debe haber alguien que puede
prestársela.
Perry queda pensativo.
-Mi técnico –murmura-. El
muchacho que mantiene mis computadoras. Él tiene una pistola.
El guardia mira el celular que
hay sobre la mesita. Lo agarra y se lo alcanza a Perry.
-Pregúntele, ya mismo!
El fiscal lo mira alarmado.
-¿Por qué tanto apuro?
-Hay enemigos actuando en las
sombras. No hay que arriesgarse –dice Miller, sin la más mínima expresión en el
rostro-. ¡Llámelo ahora!
3:00 AM
Los golpes a la puerta son
pausados, casi educados, golpecitos. Lo único que los hace sobrecogedores es
que se escuchan a las tres de la madrugada. Perry despierta sobresaltado. Por
un momento trata de dilucidar si sólo se trata de un sueño. Nuevos golpecitos.
Enciende el velador y mira la hora. Maldice por lo bajo. El sueño le entorpece
los pies y la prudencia. Ni siquiera toma conciencia de que camina hacia la
puerta en ropa interior, sin cuidar su imagen, que en plena vigilia adquiere
tanta importancia para él.
-¿Quién es? –pregunta, y la sólida
madera de la puerta le devuelve su propia voz distorsionada.
-Miller –responde alguien
desde el otro lado.
-¿Qué pasa? ¿Sabe la hora que
es?
-Por favor, doctor. Es
urgente.
Perry da un largo suspiro
antes de entreabrir la puerta, resguardando su cuerpo detrás de la misma. En
cuanto lo hace, una punzada de temor le comprime el vientre. Miller no está
solo. Lo acompañan dos tipos a los que no conoce, ambos con una gorra de visera.
Uno de ellos lleva un bigote muy poblado, como el de un mariachi. Para alivio
del fiscal también está Rico, el otro guardia, un tipo que, hace tiempo se le
antojó, tiene aspecto bonachón y confiable.
Así y todo, Perry desconfía.
-¿Quiénes son estos señores? –inquiere,
atravesando con su mirada los ojos de Miller.
El mariachi sonríe y hace una
venia informal.
-Dick Anderson, señor. De la
CIA. Tenemos órdenes de reforzar su guardia. Mi compañero y yo vamos a estar en
el pasillo, custodiando la puerta.
-Ridículo –se queja el fiscal-.
Nunca fue necesario tanta…
-Lo es ahora, señor. Se ha
detectado una célula rusa aquí mismo, en Washington.
-Es lo que le había dicho,
doctor –interviene Miller-. El nivel de riesgo está en alerta roja.
Es tarde, piensa el fiscal,
¿qué sentido tiene discutir con la CIA? Si esos tipos quieren quedarse ahí
afuera que lo hagan. Sólo espera que no fumen ni hagan demasiado ruido.
-Está bien –acepta encogiéndose
de hombros. Amaga cerrar, pero el zapato de Miller lo impide.
-Disculpe, doctor –dice el
guardia-. Pero… su técnico vino esta noche a verlo. Suponemos que le trajo el
arma. -Perry lo mira sorprendido. Miller asiente y señala a los de la CIA-. No
se preocupe, ellos lo saben.
-Sí, me trajo una… Bersa, creo.
Y ahora si me disculpan…
-Espere, doctor. Un minuto
más. Necesitamos ver esa pistola.
-¿Cómo? ¿Está loco? ¿Viene a
esta hora por esa ridiculez?
-Ninguna ridiculez, doctor. El
agente Anderson es un experto. Debe revisar su arma para verificar que funcione
como corresponde.
-¡Que lo haga mañana! ¡Ahora
me voy a dormir! ¡Sabe lo que significa para mí perder estas horas de sueño!
¡Tengo mucho trabajo!
-Lo sabemos, señor fiscal,
pero esto es por su seguridad. -La voz de Mariachi suena calma pero firme, esa
clase de voz que no acepta desacuerdos-. Es mi deber no salir de aquí hasta revisar
el arma.
-Pero es que… el técnico me
enseñó a amartillarla. Funciona bien.
-Eso nunca se sabe –replicó la
voz calma-. Ha habido casos en que se ha encasquillado al usarla…
-Pero…
-Incluso ha explotado por
defectos de fábrica, volando la cara del dueño. Lo siento, señor. Debo
revisarla ahora mismo. Es el protocolo.
-¡Dios mío! –estalla Perry, se
encamina hacia la mesita de luz-. ¡Ustedes y sus malditos protocolos!
Perry extrae el arma de uno de
los cajones y al voltear se sorprende al ver que los hombres han entrado.
-Permítame –dice Mariachi acercando
su palma. Perry duda un momento y le entrega la pistola. El tipo la manipula
con mano hábil-. Es buena. Algo vieja, pero en buen estado.
Sorpresivamente, el compañero
de Mariachi saca una Glock y apunta al corazón de Perry, quien, confuso, mira
sonriendo a Mariachi, luego a Miller.
-¿Qué es esto? –atina a decir.
-Entre al baño… señor –es el
único comentario del agente Anderson, al tiempo que se coloca guantes de hule.
-Pero…
Miller busca tranquilizarlo.
-No se preocupe, doctor. Es…
rutina. Van a revisar el departamento, por si hay una bomba.
Perry se niega a entender,
huye de la realidad con su habitual prepotencia.
-¿De qué bomba está hablando,
imbécil? ¡Llame al jefe del operativo! ¡Quiero hablar con el jefe! ¡Ahora
mismo!
-¡Entre al baño! –ruge Mariachi,
y su compañero toma a Perry de la camiseta para introducirlo en el pequeño
cuarto, aún a oscuras.
-No se preocupe, doctor
–alcanza a repetirle Miller, antes de que la CIA se encierre en el baño con él.
Luego le hace un gesto a Rico-. Empecemos.
Los guardias se colocan guantes
de hule, y mientras Miller limpia con un trapo todas las huellas posibles, Rico
pasa por el piso una pequeña aspiradora portátil.
Se escucha un estampido. Miller
paraliza su accionar por unos segundos. Luego continúa. Los guardias no se
miran. Al rato salen los de la CIA del baño, cierran la puerta.
-Ajusta la cerradura –le dice
Mariachi a su compañero-. Yo me encargo del celular y la computadora.
Cuando Miller se encuentra
frente al agente Anderson, siente algo de miedo. Trata de caerle simpático.
-El presidente va a estar muy
contento… digo… por el operativo.
Anderson lo mira de arriba a abajo.
-¿El presidente? Se enterará
por los medios. ¿O cree que necesitamos su permiso para hacer nuestro trabajo?
Miller traga saliva.
-Claro… claro…
-Ahora bajen a la guardia y
háganse los idiotas, es lo que mejor les sale.
Miller asiente y se retira. Oprime
el botón del ascensor, espera al otro guardia antes de entrar.
-Odio a ese tipo –le dice en
voz muy baja.
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