SIGFRID
de Eduardo Goldman
ESCENARIO: DIVIDIDO POR UNA LÍNEA IMAGINARIA EN SU
CENTRO.
A LA IZQUIERDA (LADO 1) UN SILLÓN TIPO DECADA DEL 40
JUNTO A UNA MESA ANGOSTA CON UN FLORERO, UNA BUENA CAMA. A LA DERECHA (LADO 2) UNA
MESITA, UNA SILLA RUSTICA, VIEJA. TAMBIÉN UN COLCHÓN EN EL PISO. AL FONDO A LA
DERECHA HAY UNA PUERTA. LOS LADOS DEL ESCENARIO FUNCIONAN ALTERNATIVAMENTE.
CUANDO UNO ESTA ACTIVO EL OTRO LADO ESTÁ A OSCURAS.
PERSONAJE: ANA. EN ESCENARIO 1 ESTÁ SIEMPRE DE TACOS
ALTOS. EN EL 2, TACOS BAJOS.
ENTRA ANA AL ESCENARIO 1 (EL 2 ESTÁ A OSCURAS), POR EL
TELÓN DE LA IZQUIERDA, EUFÓRICA. SUS LABIOS PINTADOS DE ROJO FUEGO. LLEVA UNA
BOLSA DE COMPRAS, DE ÉPOCA (VER ILUSTRACIÓN ADJUNTA).
ESCENA 1
ANA: ¡Soy feliz… feliz… feliz! ¡Voy a casarme, Sigfrid! (DEJA
LA BOLSA SOBRE LA CAMA Y MIRA SU MANO EXHIBIENDO A SI MISMA SU ANILLO) ¡Te amo,
Rolf! ¡Mi príncipe azul! ¡Fue tan sorpresivo! ¡Tan mágico! (SE ENSUEÑA)
Caminábamos del brazo por Alexanderplatz… como siempre que lo hacemos cuando
vamos a comer esa wurst que tanto nos
gusta. ¡Las mejores salchichas de Berlín! ¡Qué digo de Berlín! ¡De toda
Alemania! ¡Pero esta vez fue diferente! ¡Divinamente diferente! Te voy a contar
hasta el más mínimo detalle, Sigfrid…
DE PRONTO MIRA LA MESA Y ENSEGUIDA A TODOS LADOS. LLAMA:
ANA: ¡Sigfrid! ¿Dónde estás? ¡Sigfrid! (VA HASTA EL TELON
POR DONDE ENTRÓ Y GRITA HACIA AFUERA) ¡Mamá! ¿Dónde está Sigfrid? (VUELVE Y
MIRA HACIA TODOS LADOS) ¡Sigfrid!
VA HASTA TELÓN, DEL LADO OPUESTO. SALE.
ANA: (VOZ EN OFF) ¡Sigfrid! ¿Qué hacés aquí? ¡A oscuras!
(VUELVE CON UN OSITO DE PELUCHE EN SUS BRAZOS) ¡Pobrecito! ¡Esa costumbre de
mamá de guardarte en el armario! (LO COLOCA SOBRE LA MESA, LO MIRA) A ver. (LO
PEINA CON LA MANO) Así está mejor. (FELIZ) ¡Ayyy! ¿Te muestro lo que compré?
¡Te va a encantar! (VA HASTA LA BOLSA DE COMPRAS, EN LA CAMA) ¡Estaba en
oferta! (SACA UN DESHABILLÉ ROJO) Mirá. (SE LO PRUEBA SOBRE SU ROPA) Mirá qué
hermoso deshabillé. Es para mi noche de bodas. Bien sensual, ¿no? Rolf se va a
volver loco al verme salir del baño, así vestida. (PICARA) Bueno, casi vestida,
porque pienso en darle vacaciones a mi corpiño. (RÍE TRAVIESA. MIRA AL OSO, SE
ACERCA A ÉL) ¡Oia…! ¿Y esa carita? no te pongas celoso, Sigfrid. (LO AGARRA)
Vos sabés que sos el número uno en mi vida. (REFLEXIONA) ¿De qué te estaba
hablando? ¡Ah, sí! Te contaba lo de esta tarde. ¡Esta maravillosa tarde! Caminábamos
por Alexanderplatz, cuando de pronto, con toda la impetuosidad que lo
caracteriza, Rolf detuvo sus pasos, soltó mi brazo… y se arrodilló frente a mí.
(RIE) Síii, lo que te digo. La plaza estaba llena de gente a esa hora. Y más de
uno soltó una carcajada al verlo. “Rolf, ¿qué hacés?”, le pregunté, “la gente
nos mira”. Pero él, ya viste cómo es él cuando se le mete algo en la cabeza. Sacó
de su bolsillo algo que mantuvo oculto con la mano cerrada, y usando un tono
solemne que no le conocía, me dijo: “Ana… Anita”. Entonces abrió la mano, había
un anillo dorado en su interior, un anillo de compromiso, pensé, excitada. Sin
siquiera pensarlo le ofrecí mi dedo, para que él me lo colocara delicadamente.
(MIRA SU DEDO) Y antes de que yo pudiera abrir la boca… Rolf me susurró…
“Anita… ¿querés casarte conmigo?” (GRITA EUFÓRICA) ¡Aaayyyyy! (AL OSO) ¡Claro!
¡Le respondí que sí! ¡Debo haberlo dicho más de diez veces! Y entonces se
incorporó para tomarme entre sus brazos… y darme un largo… largo beso en los
labios. (SUSPIRA) Y luego… luego se fue. Tenía esa tradicional reunión de los
jueves con sus compañeros de trabajo, los del ministerio. Vos sabés. Juegan a
las cartas, comen salchichas y cantan meciendo sus jarras de cerveza para luego
vaciarlas de un trago. Lo que hacen todos los hombres, supongo.
AGARRA AL OSO ENTRE SUS BRAZOS Y SE SIENTA EN EL SILLÓN.
ANA: Pero eso no fue todo. Cuando llegaba a casa, ¿quién
te creés que me esperaba en la puerta? ¡Jacob! ¡Sí! ¡El buen Jacob! ¿Te acordás
de él? Mi novio de los quince años. Y por la forma en que me miraba supe que
aún seguía enamorado de mí. Me saludó muy cortésmente, besando mi mano. Y me
dijo que venía despedirse, que se marchaba de Alemania para siempre. Un tío
suyo lo esperaba en Nueva York para asociarlo a su negocio, de pieles, creo. Me
quedé helada. No sé por qué, pero sentí un gran vacío al saber de su partida. Fue
como… como si me sacaran para siempre mis quince años. (PAUSITA) “¿Dejar
Berlín?”, le dije. “¿Por qué? Esta es tu ciudad, sos berlinés de la cabeza a
los pies”. La cara se le ensombreció a medida que me explicaba. “Tuve horribles
pesadillas, Anita. Durante varias noches soñé que un demonio caminaba sobre los
cuerpos de miles de judíos, como vos y yo. Hasta que en mi última visión el
demonio se sacó la máscara, y era Hitler”. Yo miré a Jacob sin entender.
“¿Hitler?”, repetí, casi divertida. “¿Quién es ese Hitler?”. Se puso pálido,
Tuvo que sacar un pañuelo para secarse la frente. Nunca antes lo había visto
así. Y fue entonces que me dijo que Adolf Hitler será el amo de Alemania, y que
ese día será el fin para nosotros. (AL OSO) Te lo juro, Sigfrid. Te juro que por
momentos mi corazón empezó a latir como una locomotora. Traté de calmarme y
sobre todo, calmarlo a él. “Ay, Jacob”, y se me escapó una carcajada. “Vos
siempre con esos sueños raros. Mi madre decía que eras medio loco. El rey de
las pesadillas, te llamaba”. (TENSA) Él me miró a los ojos, tomó mi mano y dijo
con voz temblorosa. “Vení conmigo, Anita. A Nueva York. Ahí podemos comenzar
una nueva vida, llena de oportunidades. Es la tierra de la libertad”.
SE INCORPORA, TRISTE. COLOCA AL OSO SOBRE LA MESA
ANA: Yo no supe cómo reaccionar. ¿Cómo decirle que su
propuesta era lo más parecido al delirio de un borracho? Jacob pareció adivinar
mis pensamientos. Soltó con suavidad mi mano y miró al piso. “Al menos andate
de Alemania, Anita. Salí de este infierno. ¡Salí de este infierno!”.
ESCENA 2
SE APAGA LA LUZ. LA ACTRIZ SALE DE ESCENA POR TELON. DE A
POCO SE ENCIENDE LA LUZ EN EL OTRO ESCENARIO. UNA LUZ ALGO MÁS PÁLIDA QUE EN EL
ESCENARIO 1. NO HAY ACCIÓN. SE OYEN PASOS ACERCANDOSE DEL OTRO LADO. HASTA QUE
SE ABRE RUIDOSAMENTE LA PUERTA Y ANA ES EMPUJADA ADENTRO Y CAE DE RODILLAS. SE
CIERRA LA PUERTA. PASOS ALEJANDOSE. ANA ESTA SIN MAQUILLAJE. MIRA A SU
ALREDEDOR, CON DESOLACION. SE ABRAZA, COMO CON FRIO, O MIEDO. DESESPERADA, SE
LEVANTA Y GOLPEA LA PUERTA.
ANA: ¿Qué es esto? ¿Dónde me trajeron? ¿Dónde está
Sigfrid? (SU VOZ SE ANIÑA, CON GANAS DE LLORAR) ¿Dónde está? ¡Mi oso! ¡El comandante
Höss me permitió tenerlo conmigo! ¡Por Favor! ¡Necesito a Sigfrid! ¡Por Favor!
PASOS ACERCANDOSE. ELLA SE APARTA DE LA PUERTA, ASUSTADA.
SE ABRE Y LE ARROJAN AL OSO ENNEGRECIDO, QUEMADO, SE CIERRA Y ALEJAN LOS PASOS.
ELLA MIRA AL OSO EN EL SUELO, AZORADA, TRATANDO DE ENTENDER. SE HORRORIZA.
ANA: ¡¡¡Sigfrid!!! (SE AGACHA, LO RECOGE) ¿Qué te han
hecho? (LO ABRAZA, LLORANDO) Mi Sigfrid… (SE RECUPERA, ES COMO SI TRATARA DE
CALMAR AL OSO) Tranquilo, mi osito. Ya nadie va a hacerte nada. Me lo prometió
el comandante después de tanto que le rogué. Se reía cuando lo dijo, y en
seguida mandó a un soldado a recogerte de los trastos destinados a la fogata.
(LO MIRA, CON PENA) No sabía que ya te habían echado al fuego. (SE REHACE. SE
SIENTA EN EL PISO Y LO ABRAZA) Por suerte no llegaste a quemarte del todo.
Estás un poco chamuscado, sí. (LO PEINA CON LA MANO) Pero… sos mi Sigfrid.
Siempre serás mi Sigfrid. (LO MIRA) Hemos tenido suerte los dos. Nos hemos
salvado por un pelo. Bueno, yo creo que me salvé. Aun no estoy muy segura. Todo
es tan confuso. Me acuerdo que… cuando bajamos de ese horrible tren, atestado
de gente que sólo hablaba húngaro… todo eran gritos… y ladridos. Un hombre de
uniforme a rayas me ayudó a bajar por la rampa. Por un instante me miró con
ternura… y una profunda tristeza. Casi enseguida te arrancaron de mis brazos y
me ordenaron que me formara en la fila de la derecha. Yo me desesperé… grité y
grité… tan fuerte que hasta los guardias callaron. Me agarraron de los brazos y
los pelos para que no fuera a buscarte, allí donde te arrojaron. Entonces escuché
el ruido metálico en mi oído. Un hombre de uniforme negro y mirada de hielo
pareció a punto de dispararme. Pero lo más curioso es que… no tuve miedo. En
serio… nada de miedo. Sentí como si nada de lo que pasaba fuera real… que si
cerraba los ojos… al abrirlos estaría de nuevo en casa… con vos… y mamá.
SE APAGA LA LUZ, SE ENCIENDE DE A POCO EL ESCENARIO 1.
ESCENA 3
VOLVEMOS AL ESCENARIO 1. SÓLO ESTÁ EL OSO SOBRE LA MESA,
SIN QUEMAZON. OIMOS LA VOZ EN OFF DE ANA.
ANA: (GRITANDO) ¡Deja de volverme loca, mamá! ¡Lo voy a
hacer! ¡Te guste o no te guste! ¡Lo voy a hacer! (SE ESCUCHA UN PORTAZO Y ENTRA
ANA POR TELÓN IZQUIERDA. SE PASEA, CON FURIA, SE DETIENE FRENTE AL OSO. LE
HABLA COMO A UN AMIGO) Sigfrid… mi querido Sigfrid… (SUSPIRA) Suerte que te
tengo a vos para escucharme. Si no estuvieras no resistiría un segundo más en
esta casa. No te imaginás con qué se vino esta vez. ¡Que no me atreva a casarme
con Rolf! ¡Eso fue lo que me dijo! ¡Como si a los veintiún años yo necesitara
el permiso de mi madre para casarme o convivir con quien se me antoje! Se
plantó frente a mí con esa cara de soldado prusiano para impartirme su orden.
Pero eso no fue todo. Nooo… Lo que más me sorprendió fue el motivo que adujo.
Que Rolf no es judío. ¡Vaya novedad! Ya sé que no es judío. (SONRÍE) Lo
comprobé en nuestra segunda cita, cuando me invitó a su casa. Esto es Alemania,
Sigfrid. Somos todos alemanes. Pareciera que mamá no se ha dado cuenta de que
estamos en 1932. ¿A quién le importa la religión o las viejas tradiciones que
ni siquiera los abuelos practicaban? Le hablabas al abuelo Motl de religión,
del Iom Kipur y todo eso… y enseguida te salía conque la religión es el opio de
los pueblos. Aunque nunca supe qué diablos quería decir con esa frase. Hasta el
día de su muerte sólo hablaba de la cruz de hierro que recibió de manos del
propio káiser… y de ese Lenin, que según él, era el padre de sus pensamientos.
En cuanto a mamá… ella jamás pisó una sinagoga, y ahora se hace la judía
ortodoxa. ¿Pero sabes qué? No le creo una palabra. No es la religión lo que le
preocupa, sino que yo me case, que me case y la deje sola. Y mirá que se lo
dije mil veces. Nunca te abandonaría, mamá. No me voy para siempre. Voy a venir
a visitarte todas las semanas. Todos los días si querés. Pero ella sigue mal.
Insistiendo en que no debo casarme. Por momentos me pregunto si ella realmente
quiere mi felicidad. O si me quiere ver tal como es ella, amarga, desgraciada,
tan vital como una flor de plástico. ¿Acaso tengo la culpa de que mi padre haya
dejado de tocarla a poco de haberse casado? Eso fue lo que me contó la tía
Ruth, la única que me felicitó cuando le hablé de mi casamiento con Rolf. Sólo
un trámite civil, nada de religión. Después de todo, es el opio de los pueblos,
¿no? (SE GOLPEA LA CABEZA CON LA PALMA) ¡Ay! ¡Casi me olvido de contarte,
Sigfrid! (SACA UN SOBRE DE SUS ROPAS. ES UNA CARTA QUE YA HA SIDO ABIERTA.
EXTRAE EL TEXTO) Mirá. Me escribió Jacob, desde Nueva York. Te la leo. (LEE)
Querida Ana. Luego de varias semanas en esta ciudad maravillosa, puedo decirte
que recién me he acomodado a ella. Acá es donde empieza uno a comprender el
verdadero significado de la palabra libertad. Vas por la calle y nadie te juzga
por cómo vas vestido, o cómo caminás o si cantas ópera en cada esquina. Cada
uno a lo suyo y a no meterse con el prójimo. No encontrás miembros del partido
nazi en refriegas sangrientas con los comunistas. Ni altavoces instando a votar
a Hitler. Ni comercios judíos ensuciados por cruces gamadas. De hecho, y esto
es lo que más me hizo sentir en casa, hay aquí más judíos de los que puedas
imaginar. Y el que no es judío es italiano. (MIRA ENTUSIASTA AL OSO) Bueno,
todo sigue en ese tono. ¡Me alegro por Jacob! ¡Ojalá allí encuentre la
felicidad! (VA A GUARDAR LA CARTA, SE FRENA MIRANDO AL OSO. SUSPIRA) No puedo
engañarte, Sigfrid. La carta no es toda alegría. Jacob está muy preocupado por
Alemania, y en especial por mí. Dice que Hitler está en reuniones con el
presidente Hindenburg, y tiene miedo que ese demonio, como él lo llama, termine
conquistando el poder, como en su pesadilla. Vuelve a instarme a que salga de
Alemania, que huya, a cualquier lado. Antes que sea demasiado tarde.
ANA QUEDA TENSA. SE APAGA LA LUZ.
ESCENA 4
VOLVEMOS AL ESCENARIO 2. ANA CON EL OSO CHAMUSCADO, EL
GESTO AMARGO, RECORDANDO.
ANA: Vaya si fue demasiado tarde, Sigfrid. Espantosamente
tarde. Lamento no haberle hecho caso a Jacob, irme con él. ¿Por qué no lo hice?
¿Qué trataba yo de cuidar en Berlín? ¿Mi casamiento con Rolf? (HACE UNA MUECA
AMARGA) ¿Mis amigas de la escuela? (NIEGA CON LA CABEZA) Ya no me quedaba
ninguna. Mamá se encargó de defenestrarlas a todas. Una a una las fue
destruyendo con su veneno, con sus comentarios burlones, hasta lograr que se
alejaran de mí. Así como socavó la presencia de Jacob en mi adolescencia. Ella
me quería sola, pero no por miedo a mi abandono, ni siquiera por celos. Sino
por odio. No logro entender sus motivos, quizás la muerte de mi padre fue lo
que la volvió contra mí, como si me culpara por lo sucedido. Todo lo que me
queda de ella es el recuerdo de sus ojos duros al mirarme, su tono indiferente,
sus labios apretados cuando le conté de mi felicidad por casarme con Rolf. (SUSPIRA)
Hiciste de mi juventud un martirio, mamá. Secaste hasta la última gota de vida
que había en mí. Me alimentaste amorosamente con tu rencor, al punto que me
dejaste sin nada, sin afecto que dar, sin alegría que sentir. Hiciste de mí un
cuerpo vacío. ¿Te odié? Ni siquiera lo sé. Pero casi sonrío cuando supe que te
había arrestado la Gestapo.
PASOS QUE SE ACERCAN, PERO ANA NI PARECE ESCUCHARLOS. SE
ABRE LA PUERTA Y ALGUIEN ARROJA UNA ROPA ADENTRO. LA PUERTA PERMANECE ABIERTA.
NADIE ENTRA, ANA SE LEVANTA Y RECOGE LO QUE RESULTA SER UN DESHABILLÉ ROJO.
ENTIENDE.
ANA: (MURMURA) Un deshabillé. No sé por qué se ha tomado
esta molestia. (IRÓNICA) El comandante ya me ha violado. (MIRA A LA NADA) Reía
al hacerlo, una y otra vez. En un momento me dijo que tenía un buen lugar para
mí, en este mismo campo. Y que mi suerte terminaría cuando dejara de ser
atractiva para él. Así que lo seduje, le dije cuanta inmundicia podía excitar
los deseos más bajos de ese hombre, de cualquier hombre. Pero no sentí nada, ni
siquiera… asco. Fue… como si lo mirase desde afuera, como si le pasara a otra.
Otra que no era yo. (MIRA EL DESHABILLÉ. LO ACARICIA, ENSOÑADA) Se parece tanto
al de mi noche de bodas… El mismo color… (VOZ QUEBRADA) La misma ilusión…
(PAUSA, SONRIE) ¿Te acordás, Sigfrid? ¡Al principio fui tan feliz con Rolf!
(CORRIGE) Fuimos felices, vos y yo. Qué excitados estábamos cuando nos mudamos a su
casa, en el lujoso barrio de Charlottenburg.
¡Un verdadero palacio que había heredado de sus abuelos! Hasta entonces solo
habitado por él y un sirviente. No es que Rolf fuera millonario, nada de eso,
pero tenía un trabajo de alto rango en el ministerio… de defensa, creo.
GOLPES EN LA PUERTA. MIRA AL OSO EN EL PISO. PARECE A
PUNTO DE DECIRLE ALGO, PERO NO LO HACE, LE TIEMBLA LA BOCA. SALE. LA PUERTA SE
CIERRA. PASOS QUE SE ALEJAN. LA LUZ SE VA CERRANDO HASTA SOLO ALUMBRAR AL OSO.
ESCUCHAMOS LA VOZ DE ANA EN OFF.
ANA: (OFF) Hay detalles que ya ni recuerdo, se me han
borrado al punto que hoy quedan muy pocos en mi memoria. Pero hay uno en
especial que quisiera olvidar y no lo he conseguido. Una de las noches más
felices de mi vida. Te sonará extraño, ¿verdad, Sigfrid? ¿Quién desea olvidar
una noche feliz? Yo te diré quién. Cualquiera que con el tiempo recuerde esa
noche como una pesadilla. Y eso es lo que fue en verdad, la peor de las pesadillas.
SE APAGA LA LUZ. SE ENCIENDE EN EL ESCENARIO 1,
MODIFICADO. HAY UN CUADRO COLGADO EN EL FONDO, Y EN VEZ DEL SILLON HAY UNA
BANQUETA.
ESCENA: 5
EL OSO, NO CHAMUSCADO, SOBRE LA MESA. ENTRA ANA SACANDOSE
EL SOMBRERO, DENOTANDO QUE VIENE DE AFUERA. ESTÁ EUFORICA.
ANA: ¡Sigfrid! ¡No veía la hora de llegar a casa para
contarte! ¡Qué maravillosa noche he vivido! Siento mucho no haberte llevado,
pero Rolf dijo que me deje de niñerías, que ya deje mi oso en paz. Es que él no
sabe de la relación tan tierna que hay entre vos y yo, ni lo tanto que necesitamos
uno del otro, ni los secretos que nos confiamos. Pero bueno, debí admitir que
tenía razón. Sucede que fuimos a los festejos de la asunción de Hitler como
canciller. Y no se hubiera visto bien que la esposa de un funcionario del Reich
acudiera llevando su oso de peluche. No lo tomes a mal, por favor. Es el
protocolo. (RIE) ¡Si hubieras visto la Puerta de Brandemburgo! ¡Iluminada por
las antorchas de miles de uniformados que desfilaban en perfecto orden, al paso
marcial, acompañados por los sones de una música que erizaba la piel! ¡Creeme!
¡Tus ojitos color miel se hubiesen humedecido de pura emoción! ¡Pero eso no fue
todo! A su paso por la Wilhelmstrasse, la gente se agolpaba frente a las
ventanas de la Cancillería. Desde allí cada tanto asomaba Hitler y estallaba el
griterío de la multitud. ¡Heil Hitler! Empezaban a gritar algunos, y todo el
mundo los imitaba. También yo, (ALZA EL BRAZO MIRANDO HACIA UNA VENTANA
IMAGINARIA, GRITA) ¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler! ¡Heil Hitler! (CANTA MARCHANDO
CON LOS PIES) “Deutschland, Deutschland
über alles, über alles in der Welt…“. ¡Ay, Sigfrid! ¡Me sentí más alemana
que nunca! (SE DETIENE COMO OYENDO ALGO QUE VIENE DE AFUERA) ¿Oíste? La puerta
de calle. Es Rolf, que se ha quedado charlando con un amigo en la esquina. Estoy
tan orgullosa de mi esposo. Si hubieras escuchado los elogios que le dedicó su
jefe, ese del ministerio. (CAMBIA LA VOZ) “Vas a llegar alto, Rolf”, le dijo. “El
nacional-socialismo necesita funcionarios como vos”. (EXCITADA) ¡Corro a
ponerme el deshabillé que estrené la noche de bodas! (VA A SALIR HACIA EL FONDO,
SE DETIENE Y MIRA A SIGFRID) ¡Es la noche más feliz de mi vida! (SALE).
LA LUZ SE VA APAGANDO A MEDIDA QUE SE ENCIENDE LA DEL
ESCENARIO 2.
ESCENA: 6
SÓLO ESTÁ EL OSO EN EL PISO. SE ABRE LA PUERTA Y ENTRA
ANA, DEPRIMIDA, EN DESHABILLÉ. SE SIENTA JUNTO AL OSO, SIN MIRARLO, COMO AVERGONZADA.
ANA: Yo tenía cuatro años cuando murió papá. Lo recuerdo
como si hubiese ocurrido ayer. El médico saliendo del dormitorio, con cara muy
seria, negando con
la cabeza como si alguien no dejara de preguntarle cosas,
y detrás mamá, llorando. Fue la única vez que la vi llorar. (DUDA) No, no fue
la única. Por esa época mamá vivía muy angustiada, tenía la sospecha de que mi
padre salía con otra mujer. (MIRA AL OSO) ¿Que cómo lo sé? Creo habértelo
contado. Un día la escuché mientras se lo confiaba a su amiga Raquel. Ella no
sabía que yo estaba detrás de la puerta, y dio rienda suelta a su rabia. Yo
tendría once o doce años, y sabía muy bien de qué hablaba. Al momento me cruzó
la idea de que papá la había engañado con mi tía Ruth. Recordé haberlos visto
muy incómodos cierta vez que entré de improviso a la cocina. Ella estaba
nerviosa y pareció no saber qué decir. ¡Cómo la odié! Pensé que era una hipócrita,
una basura, una sucia prostituta. Pronto me di cuenta de mi error. Tía Ruth
nunca iría a traicionar a su propia hermana. Entonces me acordé de algo que
pasó cuando yo todavía estaba en la primaria. Mi maestra, nunca olvidé su
nombre, la señorita Hilde. Tenía el pelo rojizo y la nariz puntiaguda. Papá
concurrió a la escuela porque ella lo había citado, supongo que para informarle
sobre mi rendimiento escolar. Vi cómo hablaban, sin dejar de mirarse a los
ojos, vi a ella despedirlo con un largo beso en la mejilla, y entonces presentí
que algo estaba mal. No entendía exactamente qué cosa, pero supe que mamá
sufriría por ello. (CON HORROR AL OSO) ¿Creés que fue mamá quien lo mató? ¿Por
sentirse traicionada? ¿Humillada? (DUDA) Lo he pensado. Por años me atormentó
esa idea. Sentía escalofríos al imaginarla poniéndole veneno en la taza de
café. Pero no, mi madre era incapaz de matar. Podía herirte sádicamente con sus
palabras, pero no matar. (ACARICIA LA CABEZA DEL OSO) Te preguntarás a qué
viene ahora torturarme con estos
recuerdos. No lo sé. Desde que me levanté de la cama del
comandante, no hago más que pensar en eso.
RECOGE AL OSO Y SE INCORPORA. PONE AL OSO SOBRE LA MESA Y
ELLA SE SIENTA EN LA SILLA. SACA UN CIGARRILLO Y SE LO PONE EN LA BOCA. BUSCA
ENTRE SUS ROPAS. SE ENCOGE DE HOMBROS.
ANA: Jn… Me regaló un cigarrillo, pero no un fósforo.
(MIRA EL CIGARRILLO) ¿De qué me servís entonces? (MIRA AL OSO) Dicen que el
comandante es un hombre muy cruel. Pero no lo fue conmigo. De alguna manera
llamé su atención cuando bajé de ese tren, y me hizo llevar a su oficina. “¿Sos
judía?”, fue lo primero que me preguntó. “Sí, claro”, reaccioné sin siquiera
pensarlo, como un reflejo, o un desafío. No me dio tiempo a reflexionar sobre
mi respuesta. Se puso de pie, cigarrillo en mano, y giró a mi alrededor,
estudiándome, como quien examina a un caballo de carrera. Ahí me di cuenta de
lo mucho que yo le gustaba. “Te equivocás”. Aseguró con voz ronca, cerca de mi
oído. “Sos adoptada. Demasiado bella para ser judía. La forma de tu cráneo
indica que sos de una pureza racial típicamente aria”. Yo estuve a punto de decirle
algo, aun no sé muy bien qué cosa. Él colocó su dedo sobre mis labios,
silenciándome, y agregó. “No estás aquí por judía, sino por comunista”. Me
sorprendí, claro. “Ni siquiera sé qué es el comunismo”, balbuceé. Él lanzó una
risita. “¿Y qué? “, dijo. “Más de un comunista tampoco lo sabe”. Pronto entendí
qué significaba todo eso. Höss ya planeaba convertirme en su putita de Birkenau,
pero no podía hacerlo con una mujer judía, porque eso sería una flagrante violación
a ley racial. Un delito contra la raza aria, mucho más grave al ser cometido
por un alto oficial de la SS. En cambio, siendo yo comunista, podía retenerme
en el campo haciendo de mí lo que quisiera. Y lo hizo. Me trató como un pedazo
de caucho, al que podía pegar y perforar, sin importarle el dolor que causaba. (SE
ACERCA AL OSO) Sé lo que estarás pensando, Sigfrid. Como puta la he pasado
mucho mejor que esos pobres desgraciados que sufren las inclemencias del frío,
solo con un mendrugo de pan diario en la boca. Y que mientras muchos terminan
en la cámara de gas, mi único sacrificio consiste en entrar a la cálida cama
del comandante, para simular un goce que nunca siento, y que quizás no he
sentido en toda mi vida. Tenés razón. Debería estar feliz con mi generosa
ración de comida y la intimidad de este cuarto, muy lejos del tifus de los
barracones. Debería agradecer a la vida por la porción de suerte que me ha
tocado. Pero, ¿sabés qué? Los ojos. Se me clavan en la piel como dardos llenos
de ponzoña. El odio en la mirada de los prisioneros que siguen mi paso periódico
a la comandancia. Me torturan con su mudo reproche, llamándome traidora. Como a
esos puercos que se convierten en capos solo para lamer las botas de los SS, y
castigar a su propio pueblo. Me dan miedo, al igual que la sonrisa entre
dientes de las sanguinarias guardias del campo de mujeres. Parecieran a la
espera de que el comandante se canse de mí, para dedicarse puntillosamente a desgajarme
con sus látigos.
SE INCORPORA. DA UNOS PASOS. MIRA SU MANO SIN EL ANILLO.
LA GIRA.
ANA: ¿Por qué te casaste conmigo, Rolf? Dejaste pasar unas
pocas semanas de nuestra noche de bodas para no volver a tocarme, y hacerme
repetir la desgraciada historia de mi madre. ¿Por qué, Rolf? ¿Por ser yo judía?
¿Te conminaron en el ministerio a abandonarme de a poco? ¿Pendía tu progreso en
el nacional-socialismo de dejar atrás la vergüenza de tu matrimonio impuro? No
te animaste a decírmelo y dejaste que me marchitara sola. Te casaste conmigo y
me negaste la felicidad del matrimonio. Pero no te culpo, Rolf. Tal parece ser
la historia de mi vida. Siempre obtengo el cigarrillo, pero nunca un fósforo.
SE APAGA LA LUZ. SE ENCIENDE EN ESCENARIO 1.
ESCENA: 7
SOLO EL OSO EN LA MESA. ENTRA ANA, MUY TENSA, TAPANDOSE
UN OJO CON LA PALMA. SE MIRA EN UN ESPEJO (IMAGINARIO). SACA LA MANO Y HAY UN MORETON. SUSPIRA. SE
SIENTA, CANSADA. MIRA AL OSO.
ANA: Sí, volvió a pegarme. (SE APRESURA) Pero no fue su
culpa. No debí interpelarlo por haberlo visto desde la ventana, despidiéndose
en la esquina de esa chica rubia, con un beso en los labios. ¿Qué podría
reprocharle yo? Yo, que carezco del atractivo sexual suficiente para atraerlo a
mi cama. No es su culpa permanecer atado a mí. Debe ser una especie de
maldición para él. Desde las malditas leyes de Nüremberg ya no soy alemana. Quizás
ni siquiera mujer. (PAUSA, ANGUSTIADA) Lo echaron del ministerio por mi causa, por
su esposa judía, y desde entonces no hace más que beber. “No dejes que te
echen”, le dije. “Divorciate de mí. Repudiame”. Pero él se ha negado, No por
amor, claro que no. Sino por su sacrosanta educación católica. Prefiere beber,
salir con cuanta prostituta se le cruza y pegarme, que violar esos preceptos
religiosos que sus padres le inculcaron a fuego. Si pudiera irme de esta casa,
Pero, ¿a dónde? Mi tía Ruth huyó a Buenos Aires. Y mi madre… desde que fue
arrestada por la Gestapo no supe más de ella. Sin duda fue denunciada por
alguna vecina, quizás por haberla escuchado hablar mal del régimen, o lo que es
peor, por ser judía. Le pedí a Rolf que averiguara dónde pudo ser llevada, pero
él no quiso involucrarse. (MAL) Me siento sola, muy sola. (MIRA AL OSO. LO
AGARRA Y LO ABRAZA) No sé qué sería de mí si no estuvieras, Sigfrid.
SE APAGA LA LUZ.
ESCENA: 8
ANA SENTADA ABRAZANDO AL OSO CHAMUSCADO.
ANA: (AMARGA) Hasta que vinieron por mí. (PAUSA) Eran dos
hombres de la Gestapo. Me dieron un minuto para hacer una maleta. Puse toda la
ropa que encontré a mano, aunque intuí que sería innecesaria. (MIRA AL OSO) Cuando
te agarré para llevarte conmigo, el hombre más joven se burló y quiso
arrancarte de mis brazos, pero el otro, mucho mayor, con un inusual reflejo de
piedad en su mirada, lo detuvo y me permitió llevarte. Mientras salíamos me
pregunté cuál de los vecinos me había denunciado. ¿Quizás el sirviente, a quien
Rolf había despedido por ya no poder pagarle? La respuesta la tuve en la puerta
de la casa. En ese momento llegaba Rolf, quien sabe de dónde, trayendo a la
rubia del brazo. Al verme, él desvió su mirada al piso, mientras que ella
exhibía una sonrisa triunfal. (MIRA AL OSO, SE CONMUEVE) Uyyyy… No quise
ponerte mal, querido Sigfrid. Alegrate. Corre en todo el campo como reguero de
pólvora la gran noticia. Los rusos están cerca, y muy pronto llegarán a
Auschwitz. Vamos, alegrate. Vamos a ser liberados. Iremos a Nueva York, donde
los judíos son libres de ser lo que quieran ser. O a Buenos Aires, donde según
las cartas de tía Ruth, la gente es cálida y amable con los extranjeros. Donde
todos tienen una vida feliz, y pasan las horas sentados en los cafés que bullen
por toda la ciudad. Alegrate, Sigfrid. ¡Llegan los rusos! ¡Por fin seremos
libres!
SE APAGA LA LUZ
ESCENA: 9
ESCENARIO 1 PERO SOLO CON UN FOCO DE LUZ APUNTANDO A ANA,
ACURRUCADA EN EL PISO CON EL OSO CHAMUSCADO. ESTAN ESCONDIDOS.
ANA: No debemos hacer ruido, Sigfrid. Los alemanes están
huyendo y se llevan a cuanto prisionero pueda caminar. Los arrastrarán por la
nieve hasta Berlín, y sabe Dios cuántos llegarán vivos con esta helada. Yo no
resistiría una marcha así. Ya sabes que no tolero este frío. Mi cuerpo quedaría
congelado a mitad de camino, ¿y vos qué harías sino velar mi muerte hasta que
el deshielo te convirtiera en una bola le barro? Mejor nos quedamos bien
callados, refugiados en este baño, haciendo caso omiso del llamado de los
guardias. Ya pronto deberán irse. Huyen como conejos asustados, los muy
cobardes. Se acabaron los gritos, los palazos a mansalva, las burlas y los
insultos más degradantes, pero ante todo, ese humo irritante y pegajoso que despedían
las cámaras de gas.
SE ESTIRA COMO TRATANDO DE OIR AFUERA.
ANA: ¿Escuchás? ¿No es el motor de un camión el que se
oye, alejándose? ¿Se habrán ido ya? Me pregunto si no hubiera sido mejor irme
con ellos. El comandante me hubiese encontrado lugar en algún vehículo, en vez
de dejarme caminar a la intemperie. No me saco de la cabeza la advertencia que
me hizo Irma Greese, la más sanguinaria de todas las guardias de Auschwitz. Por
alguna razón me tomó simpatía, y me aconsejó buenamente que no intentara quedarme.
Los rusos notarían que no tengo el cuerpo esquelético de los demás prisioneros,
y me tomarían por una de las guardias. Me fusilarían de inmediato, si es que no
les diera por violarme antes. Pero no les tengo miedo. Mi abuelo Motl me enseñó
algunas palabras en ruso. Me servirán para comunicarme con ellos y decirles que
soy comunista. Que la religión es el opio de los pueblos. Y que Lenin es el
padre de mis pensamientos. Los saludaría al grito de: ¡Tovarishchi! ¡Tovarishchi!
¡Da zdravstvuyet revolyutsiya! ¡Viva la revolución!
SE APAGA LA LUZ.
ESCENA: 10
ESCENARIO 2. ANA DUERME SOBRE EL COLCHÓN. TIENE PESADILLAS.
GRITA Y SE SIENTA DE GOLPE, AGITADA. EL OSO EN EL PISO.
ANA: ¡Sigfrid! ¿Dónde estás? (LO VE, LO RECOGE Y LO
ABRAZA) ¡He tenido una pesadilla horrible! Soñé que… yo tenía cuatro años. Mamá
se había ido a casa de unas amigas, creo. Como lo hacía a veces. Era de noche y
se sentía el viento aullar por las rendijas de la ventana. Yo jugaba con una
muñeca. La abrazaba, como hago ahora contigo. Le cantaba una canción en idish,
que me había enseñado… no recuerdo quién. Quizás la tía Ruth. En un momento
entra papá a mi cuarto. Me mira y me sonríe. Yo dejo la muñeca y corro hacia
él. Me alza para que lo abrace del cuello. Siento sus manos fuertes acariciar
mi espalda. Me lleva a su dormitorio diciéndome que vamos a jugar. (SU ROSTRO
SE TORNA LÍVIDO, SE LEVANTA Y CAMINA DE AQUÍ PARA ALLÁ, MUY TENSA) Cuando me
acuesta en su cama, sin soltarme, mi cuerpo se pone duro. No sé por qué, pero
quiero que me deje ir, aunque no se lo digo. Empieza a acariciarme, primero la
espalda, luego la cola, y sus dedos se agitan como lombrices cuando bajan, y
bajan. Me dice cosas que no entiendo, su respiración hace un ruido que no le
conocía, cada vez más fuerte, cada vez más fuerte… Hasta que cesa de golpe. De
a poco se hace más tranquila y entonces papá me manda a mi cuarto, a jugar con
mi muñeca. (ABRAZA FUERTE AL OSO, LE TIEMBLA LA VOZ) No. No fue un sueño. Pasó
muchas, muchas veces, Sigfrid. Hasta esa noche. El ruido de su respiración fue
atronador, y cuando por fin se detuvo, esta vez, no se hizo más tranquila. Su
brazo estuvo largo rato sosteniéndome, sin moverse. Cuando me alcé para verlo,
me estrellé contra esos ojos tiesos, muy abiertos, la boca llena de baba. (MUY
ANGUSTIADA) Era yo… No la tía Ruth… ni la señorita Hilde… La otra era yo… la
basura… la prostituta… la asesina…
SE LARGA A LLORAR. SACUDE LA CABEZA COMO QUERIENDO
NEGARLO TODO. GRITA DE DOLOR.
ANA: ¡Papáaaa! ¡Abrazame hijo de putaaa!
DE PRONTO, SE AFERRA A UN RUIDO QUE VIENE DE AFUERA. SE
LIMPIA LAS LÁGRIMAS.
ANA: ¿Oíste eso, Sigfrid? ¡Caballos! ¡Y ese motor!
¡Parece un tanque! ¡Los rusos! ¡Por fin llegan los rusos para liberarnos! (DEJA
AL OSO SOBRE EL COLCHON Y VA A PUERTA. LA ABRE. GRITA ENTUSIASTA) ¡Tovarishchi!
¡Tovarishchi! ¡Da zdravstvuyet revolyutsiya! ¡Da zdravstvuyet Lenin!
SE ESCUCHAN DOS DISPAROS. ANA AENTRA TOMANDOSE EL
ESTOMAGO, DOLORIDA. CAMINA UNOS PASOS.
ANA: Mamá… Mamá… Perdoname, mamá… Yo no quise… Te juro
que no quise… (VA CAYENDO AL PISO) ¿Por qué no escucho tu perdón? ¿Por qué no
veo tu mano lista para guiarme? ¿Tan fuerte es tu odio? ¿Tanto te han herido? (BUSCA
AL OSO SON LA MIRADA. LO VE EN EL COLCHON) Ahí estás, Sigfrid. Siempre has
estado. Jamás me sentí sola gracias a vos. (Y ESTIRA EL BRAZO PARA AGARRARLO.
LO ABRAZA. MIRA AL TECHO) Mirá... El cielo se está abriendo. Allá vamos los
dos. A la luz, o a la oscuridad. No tengo miedo si estás a mi lado. Alegrate,
Sigfrid. ¡Somos libres! ¡Por fin somos libres!
SU MANO CAE INERTE. SE APAGA LA LUZ. TELÓN.
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