viernes, 5 de diciembre de 2025

UN CASO DE VÉRTIGO EN EL CICLISMO

   “Juan Benavidez nació para el ciclismo”. Tal fue la afirmación de la obstetra que lo vio nacer, cuando el bebé salió de la panza de su madre pedaleando. En efecto, al cumplir los cuatro años el pequeño Juan ganó la media maratón para triciclos auspiciada por el jardín de infantes “El Pimpollo Corajudo”. Todo parecía augurar un gran futuro deportivo para él, de no ser por un gran inconveniente que fue acentuándose con el tiempo, el vértigo a la velocidad. La crisis estalló años más tarde, cuando debido a este problema Juan cayó de su bicicleta en plena carrera. Su madre, una mujer asustadiza que solo se animaba a cruzar las calles con custodia policial, lo instó a que dejase el ciclismo, ya que ese vértigo podía provocarle accidentes aún más graves. Le rogó que optara por aficiones más tranquilas y menos fatigosas, como la actividad política. Su padre, un contador que se ganaba la vida haciendo stand ups en bares de cuarta, fue más práctico y le consiguió a Juan un trabajo nada riesgoso, como proctólogo de elefantes en el zoológico de Medellín. Al principio la cosa pareció marchar, a Juan le encantaban los elefantes, aunque más de adelante que de atrás. Quizás por eso terminó renunciando a los pocos meses, alegando que estaba harto de tener que lavarse el cabello cada dos horas.

   Finalmente, aconsejado por una antigua novia con la que solo salió una vez, Juan decidió a tratarse con un médico. Una vez frente al profesional de la salud, relató su padecimiento cuando imprimía velocidad a su bicicleta. Mareo, la sensación de que todo daba vueltas a su alrededor, la impresión de caer en un abismo. Manifestó también su temor a que eso empeorase a tal punto que lo obligara a abandonar su carrera deportiva. El médico lo tranquilizó explicando que había una solución para su problema. Y de inmediato le recetó una medicación, sugiriéndole que volviera a la semana para ver cómo le había ido. Y a la semana siguiente Juan volvió maravillado. Relató que ya no lo aquejaban esos terribles mareos y que se sentía aliviado de poder disputar la gran maratón de Bogotá, que clasificaba para la próxima olimpíada. Cosa que lo tenía, por otra parte, muy ansioso.

   El médico, consciente de que hacía muy poco que Juan Benavidez tomaba el remedio, temió que la enorme tensión por una prueba tan importante pudiera reactivar, aunque más leve, algún mareo en su paciente. Por tal motivo, impulsado por su sentido de responsabilidad, a pesar de que jamás había montado una bicicleta, decidió anotarse en la maratón para apoyar a Juan en caso de emergencia. Fue así que a poco de empezar la gran carrera Juan Benavidez alcanzó el primer puesto. El médico, era lógico, ocupaba el último lugar. Sin embargo, al observar con un prismático que su paciente parecía flaquear debido a su viejo problema, apoyándose en su sagrado juramento de Hipócrates, sacó una fuerza descomunal y pedaleó como una máquina hasta ponerse a la altura de Juan.  Sin perder tiempo, le alcanzó la medicación y un vaso de agua, del que por milagro no se había volcado ni una sola gota.  Juan la tomó y de inmediato recuperó todo su vigor, desplegando el talento que lo caracterizaba para seguir puntero y enfilar hacia la tan soñada meta que lo llevaría a la gloria. Sin embargo, eso no le alcanzó. La carrera la ganó el médico.

Eduardo Goldman