Nació un día en el reino de Segovia una
princesa muy bella a la que dieron en llamar Clodovea.
Se cuenta que en la fiesta de su bautismo un
hada medio chifladita la obsequió con una extraña profecía. “Algún día te harás
una despiadada cazadora de dragones”, dijo el hada, para luego agregar a manera
de post/data: “y entonces hallarás el más grande de los tesoros”. Por supuesto,
nadie tomó en serio tales palabras. Nadie, a excepción de la reina madre, quien
hizo jurar a cada cortesano de palacio que jamás recordaría las extrañas
palabras del hada chifladita.
Sin embargo, el día en que Clodovea cumplía
siete años, la reina madre tuvo la sospecha de que algún sirviente había
informado a la princesita acerca de la vieja profecía, ya que Clodovea comenzó
a decir que sus pasatiempos favoritos eran coleccionar figuritas brillantes,
ponerse zapatos de taco alto y matar dragones.
“No, no, no”, decía el rey tentado de risa
cada vez que escuchaba a Clodovea. “Está bien lo de las figuritas y los tacos
altos, pero una princesa no debe ni pensar en matar dragones”.
“Algún día mataré uno”, afirmaba la
princesita. “Y ese día pronto llegará”.
Al cumplir los 18 años, Clodovea sintió que
ese día había llegado. Encaró a su padre, el rey, y le pidió permiso para partir
hacia el bosque de la Espesura para cazar un dragón. El rey, que en ese momento
estaba tomando mate, casi se atraganta con la bombilla.
REY:
(tose) ¿Qué? ¿Cómo? ¿Pero de qué
estás hablando, hija mía?
CLODOVEA:
Te lo dije, padre... Ya cumplí los 18, es tiempo de que me des la llave del
palacio. Y me dejes ir a matar mi primer dragón.
REY:
No puedes hablar en serio.
Pero Clodovea hablaba muy en serio. Más aún,
le mostró a su padre el arco y las flechas con las que pensaba atravesar el
corazón de alguno de los dragones que, según se decía, moraban en el temido
bosque de la Espesura.
REY:
¡Estás loca! ¿Pero cómo piensas cazar un dragón con eso??? ¿Acaso no sabes que
te enfrentarías a un animal monstruoso??? ¿Qué escupe fuego y tiene dientes
enormes???
CLODOVEA:
Y tiene muy mal aliento, ya lo sé.
REY:
¿Pero... por qué??? ¿Por qué tienes que hacer semejante locura???
CLODOVEA:
Padre... oí decir que hay una vieja profecía. Voy a ser una despiadada cazadora
de dragones... y entonces hallaré el más grande de los tesoros.
REY:
¡Tonterías! ¡Tú no necesitas más tesoros! ¿Por qué mejor no te quedas en
palacio viendo telenovelas???
CLODOVEA:
(enojada) ¡Odio las telenovelas!!!
Ruido
de portazo.
REY:
¡Clodovea! ¿A dónde vas? ¡Clodovea! (suspira, murmura) Qué carácter tiene la
petisa.
La princesa Clodovea montó su caballo blanco
y, armada de su arco y cinco flechas, se dirigió al bosque de la Espesura
dispuesta a cumplir con su destino. La reina madre lloraba desconsolada al ver
confirmado sus más terribles temores.
“La va a cocinar”, gemía desesperada. “Ese
dragón malvado va a cocinar a mi hija con su fuego”.
Pero el rey, ladino y precavido,
secretamente envió a su guardia personal para que siguiera y protegiese a la
princesa sin que ella lo advirtiese. La guardia personal estaba compuesta por
dieciséis mil jinetes armados, treinta mil infantes de marina, cuarenta y ocho
cañones y un submarino.
La princesa avanzaba lentamente por el
tenebroso bosque. El silencio era casi total, sólo se escuchaba el lamento de
un búho anunciando la cercanía del anochecer, y el cansino paso del caballo
sobre un colchón de hojas secas. Clodovea no imaginaba que era seguida por la
guardia personal del rey, su caballo tampoco. Y no se hubieran percatado jamás
de esta circunstancia de no ser porque uno de los soldados...
SOLDADO:
Atchíssss...
Estornudó.
CLODOVEA:
¿Eh??? ¿Quién anda ahí??? ¿Quién está siguiéndome???
El joven capitán Matasiete dudó un instante,
pero luego espoleó a su caballo para acercarse con respeto a la princesa.
CAPITAN:
Soy el capitán Matasiete... y comando la guardia de tu padre, el rey.
CLODOVEA:
¿Por qué me sigues?
CAPITAN:
El rey me ha enviado a protegerte.
CLODOVEA:
No necesito protección, puedo matar al dragón yo sola.
De
pronto, un tremendo rugido sacudió el bosque.
DRAGON:
(lejano) Aaaaaaagggggrrrrrrr...
CLODOVEA:
(risita nerviosa) Aunque...
pensándolo bien... Siempre es lindo tener una persona con quien charlar.
CAPITAN:
Somos cuarenta y seis mil soldados.
CLODOVEA:
Bueno... siempre es lindo tener cuarenta y seis mil personas con quienes
charlar.
La bella princesa Clodovea, ahora acompañada
por todo un ejército, siguió su valiente marcha en busca del monstruoso ser que
dominaba la Espesura. Por momentos, el camino se volvía tan estrecho debido a
los árboles y la maleza que los soldados debían contener el aliento para no
rasgarse el uniforme con las filosas ramas. Fue así que en el camino quedaron
atascados los cañones, y también el submarino, cuyos tripulantes se cansaron de
tanto intentar navegar por la tierra.
Así y todo, avanzaban confiados los
valientes. Se sabían el ejército más poderoso de la región. Sabían que su poder
de fuego podía desafiar al más colosal de los animales. Eran la mayor fuerza
armada sobre la tierra dispuesta a ofrendar la vida al servicio de su princesita.
Sin embargo, volvió a escucharse otro rugido.
DRAGON:
(algo más fuerte)
Aaahhhhgggrrrrrrrrr....
Y todos salieron corriendo. El capitán
Matasiete, al ver huir a su tropa, desesperó.
MATASIETE:
¡No huyan!!! ¡Vuelvan aquí, cobardes!!! ¡No pueden abandonar a la princesa!!!
¡Vuelvaaaaannn!!!
Pero fue imposible evitar la desbandada. El
capitán y la princesa quedaron solos en medio de ese paraje infernal.
MATASIETE:
Se han ido, princesa. Nos han abandonado a nuestra suerte.
CLODOVEA:
Le diré a mi padre que se los descuente del sueldo.
MATASIETE:
No entiendes... debemos irnos también... El dragón está muy cerca... Si nos
encuentra es seguro que nos comerá de un bocado.
CLODOVEA:
Jamás... Soy la princesa Clodovea... ¡la despiadada matadragones!
MATASIETE:
Pero...
CLODOVEA:
¡Basta! Si tienes miedo puedes irte también. Cazaré al dragón por mí misma... y
se cumplirá la profecía.
(Ruido
de caballo que se aleja)
MATASIETE:
No te vayas así... Por favor... Princesa...
CLODOVEA:
(voz más lejana) No te preocupes. Te
mando una postaaaalll.
El joven capitán la vio marcharse con
admiración, y no pudo menos que murmurar: “Qué carácter tiene la petisa”. Fue
así que su naciente amor pudo más que el miedo, y galopó hacia la princesa
dispuesto a jamás dejarla sola.
Al verlo llegar, la princesa suspiró.
CLODOVEA:
(con admiración) Capitán...
El
capitán suspiró.
CAPITAN:
(con admiración) Princesa...
Los
caballos suspiraron. (Relincho de dos
caballos)
Y juntos marcharon hacia el final del
camino. Hacia el lugar de la Espesura donde esperaba hambrienta, la bestia
asesina.
DRAGON:
¡Aaaaaaggggghhh...!!!
(Pausa, pasos
lentos de dos caballos)
PRINCESA:
Hace calor... ¿Ya es verano?
CAPITAN:
Temo que no, princesa. Sin duda el fuego que sale de las fauces del dragón es
lo que ha elevado la temperatura. Eso significa que está muy cerca.
PRINCESA:
¡Ay, no! ¡Mira eso!!!
Ante sus ojos apareció la descomunal figura
del dragón que los miraba con fiereza.
DRAGON:
(más fuerte que antes) ¡Agggrrrrrr....!!!
CAPITAN:
¡Cuidado! ¡Va a lanzar su fuego!
(Ruido de
lanzallamas)
Por fortuna, los rápidos reflejos del
capitán le permitieron apartar a los caballos y buscar protección tras una
roca.
CLODOVEA:
¡Me has salvado, capitán!
CAPITAN:
¡Casi nos quema vivos! Por favor, princesa... Huyamos mientras podamos.
CLODOVEA:
¡Jamás!
Y dicho esto se bajó de su caballo y avanzó
temerariamente hacia el dragón mientras preparaba una flecha en su arco.
CLODOVEA:
¡Voy a atravesar tu corazón, bestia del infierno!
CAPITAN:
¡No, princesa! ¡Nooooo!!!
El joven capitán, tras un instante de duda,
siguió a la princesa y dispuesto a enfrentarse a la bestia desenvainó su espada
mágica, pero pensándolo mejor, sacó su ametralladora y una Magnum para apuntar
directamente a la cabeza del dragón.
CAPITAN:
(furioso) ¡No te muevas, dragón
pulguiento!
El dragón asustado levantó sus manos. “No
tiren”, dijo con voz temblorosa. “No tengo dinero”.
CLODOVEA:
¡No venimos a robarte sino a cazarte, cretino!
CAPITAN:
Aprovecha que lo tengo dominado, princesa. Vamos. Lanza una flecha a su corazón
y mátalo de una vez.
DRAGON:
Ay, no. A mí las flechas al corazón me caen mal.
CLODOVEA:
¡Silencio y no te muevas! ¡No puedo apuntarte bien!
DRAGON:
(triste) Okey... Okey... pero antes
de que me maten... déjenme escribirle una carta de despedida a mi tío Pepe.
Vive en Escocia, ¿saben? Es el famoso monstruo del Loch Ness. Y a mi primo
Nahuelito... el monstruo del lago Nahuel Huapi, en Argentina... (llora) Van a extrañarme... Buaaaaa....
Aunque no lo admitiera, el capitán se encontraba
conmovido por el llanto del monstruo. Y también la princesa, quien de pronto
tuvo una brillante idea.
CLODOVEA:
¿Pero qué te pasa, dragón tonto? Nadie va a dispararte. Este es un safari
fotográfico.
DRAGON:
Pero... ¿entonces no me van a matar?
CLODOVEA:
Claro que no. Sólo quiero tomarte una foto.
DRAGON:
(emocionado) Ay, sí... Cómo no...
Esperen que me peino.
Y fue así que la princesa dio por terminada
su carrera de despiadada matadragones, pero la profecía se había cumplido.
Clodovea encontró el más valioso de los tesoros, el de la compasión. Había
aprendido a conmoverse por el sufrimiento del otro, aunque ese otro fuera un
dragón pulguiento. Y por eso, cuando años más tarde fue coronada como reina,
inició el más benigno reinado que el mundo entero haya conocido.
Se cuenta que finalmente se casó con el
capitán, quien fue designado rey consorte. Y en las noches frías junto al
fuego, ambos contemplaban la foto colgada en uno de los murales del castillo.
En la misma se veía a Clodovea junto al dragón, ambos sonriendo a cámara. Y si
algún invitado preguntaba qué era esa bestia que posaba a su lado. Clodovea
simplemente respondía: “Es mi amigo el dragón”.
Mientras tanto, en una cueva del bosque de
la Espesura, el dragón mostraba a sus dragones amigos la misma foto. Y si
alguno de ellos le preguntaba: “Ay, ¿qué es ese monstruito insignificante que
posa a tu lado?”. Nuestro dragón simplemente contestaba: “Es mi amiga Clodovea,
pero cuidado, ¡tiene un carácter la petisa!”.